1/2/11

El pozo

El agua caía mansamente sobre su rostro desde la oscuridad que todo lo invadía ahora. Miró al cielo, abriendo los ojos y la boca a la lluvia, mientras sus fosas nasales se ensanchaban al aspirar el húmedo aire de la madrugada. En su garganta quedó ahogado un angustiado grito de puro dolor ante tanta injusticia.

¿Por qué?
¿Por qué a ella?
¿Por qué ahora?

Las gotas de lluvia siguieron cayendo sobre su rostro, ignorando todo cuanto le estaba sucediendo, empapando su cabello y sus ropas, ahora desteñidas y raídas por el tiempo, sucias y malholientes al estar ya tanto tiempo allí encerrada.
Se lo habían advertido, de todos era sabido que, una vez dentro, ya no había practicamente posibilidades de escapatoria. Pero ella aún creía en su inocencia, en que se estaba cometiendo una terrible injusticia con ella.
Esta vez su grito si abandonó su garganta, estallando en su boca y saliendo al exterior, cortando la noche, como si de un animal herido y acorralado se tratara. Como si fuese el último alarido de ese animal moribundo.
Pero no, desde luego que ella no estaba moribunda, y muchos menos era un animal, aunque para muchos se había convertido en eso, en un animal sentenciado a muerte.

De un salto pudo agarrar los ennegrecidos y mugrientos barrotes que la mantenían presa en un agujero bajo tierra. En un pozo donde el agua de la lluvia iba cayendo lentamente, formando charcos de barro a sus pies. Nada podía ver a través de la oscuridad reinante, a través de la lluvia, pero de sobra sabía que ellos estaban ahí, esperando verla flaquear. Esperando verla caer, desmoronarse, y en ese preciso momento saltar sobre ella y pisotearla.
Jamás se dejaría vencer así. No ella, no ahora con toda la vida por delante. Jamás les daría el gusto de verla derrotada. Colgada sobre el barrizal que tenía por cama en ese sucio pozo, aferrándose a la vida con uñas y dientes, no perdía la esperanzas. No. Eso no estraba dentro de sus cálculos. No cejaba en su empeño de mirar insistentemente por los barrotes de su inmunda prisión, intentando ver el más mínimo rayito de esperanza, de luz al otro lado.
Uno de sus guardianes salió de la nada cual alimaña y le golpeó cruelmente los dedos. Chilló de dolor y ante la sorpresa de tan traicionero ataque se soltó de los barrotes, dando con su endeble cuerpo en el fondo resbaladizo del pozo. Desde el exterior le llegaron las grotescas risas de los guardianes.
Otro grito salió de su pecho abriéndose paso a través de su garganta, esta vez de impotencia y rabia. Una rabia contenida que iba acumulando en su pecho día tras día, hora tras hora desde que un soleado día a comienzos de verano la encerraron injustamente allí.
Su mente voló a aquellos días. ¿En qué mundo vivía, donde la gente normal podía ser condenada de la noche a la mañana a esa terrible condena, sin ser culpable de nada? Tu podías ir por la calle traquilamente pensando en tus cosas, y de repente ¡ZAS! te podían secuestrar impunemente, tapando tu cabeza con una apestosa bolsa negra, inmovilizando tus brazos y piernas, y subirte en una furgoneta, de donde te sacarían para meterte de mala manera en un pozo a ras de suelo.

Tiritó de frío en el fondo del pozo, y acurrucándose en la pared que más la protegía de la lluvia, rememoró aquellos días, buscando la explicación a su desgracia. Repasando casi gráficamente todo lo que había hecho en su vida, para ver dónde había cometido el atroz delito que la encerraba en ese pozo.
Por muchas vueltas que le dio a su cabeza, repasando su mediocre vida una y otra vez, no logró ver nada anormal, nada lo suficientemente grave como para verse encerrada allí. Y sin embargo allí estaba.

Abrazó casi más por instinto que por frío su reducido cuerpo, pegando las rodillas a sus costillas y abrazando sus piernas, se dejó llevar una vez más por la indolencia. ¿Qué más podía hacer? Negaba su culpabilidad una y otra vez, y el sueño fue venciéndola, como cada día antes de que saliera el sol.

El sol. Desde que estaba allí dentro no había vuelto a verlo. Tenía la sospecha de que la drogaban para que durmiera durante el día, pues tan solo estaba consciente durante las noches. Noches que se le hacían eternas bajo aquella lluvia, cubierta de barro, siempre mojada, siempre cansada, siempre preguntándose por qué ella. Por qué.
Apenas si se veían las últimas brumas del día, siempre ocultas por la barrera plomiza de las nubes, cuando al caer la noche despertaba. Y rara era la noche que no la despertaran lejanos gritos, llenos de desesperación, como los de ella. Hacía tiempo que había confirmado que allí había más gente en su misma situación. No se alegraba de ser la única en absoluto, todo lo contrario. Pero el oir entre esos gritos las inocentes voces de ancianos, e incluso de niños, tiró por tierra las remotas esperanzas que tal vez, solo tal vez, en alguna ocasión albergara su corazón de hacer que sus carceleros rectificaran el error cometido con ella.
¿Cómo se podía tener a un anciano en un lugar así? ¿Y a un niño?

No. Sabía que, ella como mujer adulta, fuerte, segura de sí misma y capaz, no podía ni tan siquiera apelar a la misericordia, o a la lástima de quien cometía aquellas atrocidades.
Y hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que para salir de allí tan solo podía contar con ella misma. No importaba que su familia supiera de su inocencia. No importaba que todos la estuvieran apoyando, aunque los viera asomarse por la boca del pozo, animándola, tendiéndoles sus manos, de ese pozo solo podría salir contando consigo misma.

Llegaron noches en las que se dejó vencer, queriendo quitarse la vida para poder acabar de una vez por todas con todo. Pero ni a la muerte tenía derecho. Sus carceleros la querían viva, viva y consciente de todo cuanto le fuera pasando allí dentro. Y fueron duras noches de locura, de dolor. Noches inacabables con la única compañía del demonio, echándole el aliento en la nuca, riéndose en su cara. Noches de espanto, noches de martirio. Noches donde el agua de la lluvia no dejaba ni un segundo de entrar por la boca del pozo, haciendo de su lecho un sitio húmedo y lúgubre donde tenía que dormir.
Y no dormía. Simplemente se dejaba arrastrar a un estado de inconsciencia donde no llegaba a descansar, siempre en tensión.

La mirada no la apartaba nunca de la boca del pozo, pues aún hundida y casi sin esperanzas, siempre esperaba una vaga oportunidad para poder salir de allí. No dejó nunca de buscar en el negro cielo el rastro de alguna estrella que hubiese podido atravesar la barrera de nubes.

Así, una noche cualquiera sintió cómo en la cara le caía tierra de las paredes del pozo. Un nuevo miedo se apoderó de su pecho, creyendo que podría morir sepultada si las paredes cedían por el agua. Limpió con sus manos, las palmas ya endurecidas de permanecer horas agarrada a los barrotes, su rostro al tiempo que volvía a lloverle barro y un pedrusco. Lo suficientemente grande como para abrirle una pequeña brecha en la frente. Su sangre se diluyó al contacto del agua de lluvia, corriendo por sus pómulos, ahora remarcados por unas ojeras moradas, y remachados por el rictus de su boca, antaño cuna de alegres sonrisas. Sus ojos, duros como el pedrusco que la había lastimado, tuvieron que mirar durante varios minutos para que su cerebro lograra asimilar lo que veía. El pedrusco servía de base a uno de los barrotes, y en su ausencia éste había quedado suelto.
Brevemente esos ojos se iluminaron. ¿Era ese el milagro que estaba esperando?
Ni se paró a pensarlo. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban en su cuerpo, consumido por la desesperación, y saltó. Se agarró fuertemente con sus manos a dos barrotes, y afianzándose en uno de ellos con una de sus manos, con la otra intentó apartar el barrote suelto. Con el primer intento logró hacer un hueco justo para poder pasar.
Y pasó. Tomó impulso y sacando primero sus piernas y después el resto del cuerpo, de repente se vio en mitad de la noche, al pie de su pozo.

Mansamente el agua seguía cayendo. El silencio era dueño y señor absoluto, salpicado por el tenue repiqueteo de la eterna lluvia.
Ni rastro de los guardianes.
No se atrevió a ponerse de pie, y desde su posición, lo más pegada al suelo, observó su alrededor.
Estaba en una inmensa planicie, llena de pozos. Y en cada pozo una persona, tal vez igual de inocente que ella. Tal vez un anciano. Tal vez un niño. No pudo pararse a mirar a ninguno de ellos. A lo lejos algún guardián había dado la voz de alarma, y salió corriendo de allí para salvar su vida, esquivando los pozos.
Comprendió entonces que de ahí, si salía, tendría que ser sola y por sí misma. No recibiría ayuda alguna del exterior, a pesar de que en casa estarían todos esperándola con los brazos abiertos y deseosos de verla. No podría sacar a nadie de ningún pozo y escapar juntos. Todo dependía de ella misma, y de su fortaleza interior.
Y corrió. Con los guardias pegados a sus talones. Con el aliento de sus perros agitándole los despeinados cabellos. Y con los ánimos de los habitantes de los pozos, como si un ejército del inframundo la jaleara, dándole fuerzas donde no las había.
Corrió como nunca antes había corrido hasta salir de aquella planicie agujereada por las vidas de tantas personas, hasta llegar a una colina que ocultaba al otro lado las luces de lo que parecía una ciudad. Al coronar la colina, exhausta, se dio cuenta que sus perseguidores ya no la acechaban. Habían desistido.

Respiró, tranquila, por primera vez en mucho tiempo.
Los primeros claros del día empezaron a despuntar al este mientras, por primera vez desde su encierro, la lluvia amainaba. Y conforme descendía la colina en dirección a la ciudad, el sol se levantaba, perezoso, de detrás de unas lejanas montañas, en claro contraste con un cielo azul, límpido, que aparecía espantando los nubarrones de lluvia.
El sonido propio de la naturaleza la fue acompañando, recordándole a cada paso que había podido escapar, y que volvía a la vida.

Volvió con su familia y amigos, donde todos la esperaban confiando en su inocencia, sabiendo que sería capaz de salir victoriosa de allí.
Y fue feliz rodeada de todos ellos.
Mas en su alma, en su cuerpo y en sus retinas siempre quedaría grabado el recuerdo de haber estado hundida en el más negro y profundo de los pozos. Y también la fuerza y el coraje suficientes para saber y demostrar que se puede salir.

Con la fe suficiente en sí mismo, se puede salir.

6 comentarios:

lauriii!!! dijo...

Luz...es super interesante!!!y lleno de tristeza...peo lo adore!!!Besos!

Iris Martinaya dijo...

Que duro es estar en el pozo, sea cual sea el pozo, siempre es muy, muy doloroso, pero como dices, se puede salir.

Que bonito, triste, doloroso pero bonito.

Besos

PD: se me ocurrió algo para las Damas, luego os envió un correo y os cuento.

Arantxa dijo...

Luz, como siempre sin palabras me dejaste, pero si con una sensación de triunfo, porque tal como dices...si se sale,CON FUERZA, TESÓN Y VOLUNTAD SE SALE, NO IMPORTA LO OSCURO NI LO PROFUNDO QUE SEA ESE POZO, TU RODEATE DE BUENA GENTE, HAZ DE TRIPAS CORAZÓN EN LOS MOMENTOS MAS DUROS, AGÁRRATE A UNA BUENA RAZÓN PARA SEGUIR VIVIENDO Y SONRÍE A CADA NUEVO DÍA, NO IMPORTA LO DURO QUE FUE EL ANTERIOR O LO DURO QUE SEA EL QUE RECIÉN ESTE COMENZANDO, SIEMPRE, SIEMPRE HAY UNA RAZÓN POR LA QUE LUCHAR, TU SABES CUAL ES LA MÍA Y POR ELLOS SOY CAPAD DE TODO, A ESTE TANQUE NO LO DESTRUYE NADIE.
UN BESAZO GUAPETONA, YA SABES DONDE ESTOY POR SI NECESITAS ALGO.
CUÍDATE MUCHO...

BONNIE

Lu Morales dijo...

Gracias por vuestras palabras.
Este relato, por desgracia, refleja la vida de demasiadas personas. No lo he escrito ahora, es algo que ha ido saliendo a lo largo de los meses. Hay trocitos que lo han leido algunas personas, e independientemente de los problemas que ternga cada una, se han sentido identificadas en alguna ocasión a lo largo de sus vidas. Pero todas coinciden en una cosa, hay que salir de ahí, por ti y por los que te rodean.

El dibujo sí es de ahora, concretamente de hoy.
He retomado los lápices, me hacen sentir bien, pues para mí desde mi más tierna infancia dibujar, bien o mal, ha supuesto una vía de escape. Así que tendréis que perdonarme por los dibus que de vez en cuando vaya subiendo.

Nenina dijo...

que bello Luz!
muchos no sentimos aveces de tal manera que es como si estuviésemos en un pozo oscuro y profundo... hay que pelear para lograr salir por ti, por quienes te quieren y para volver a vivir.
te mando un besote !

Anna ( blog princesa) dijo...

Si es duro, pero expresa demasiado sentimiento detras.
Felicidades Luz.
genial como todo lo que haces.

Besos