29/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:26º.- Cuando la ignorancia se convierte en peligro



Capítulo 26: CUANDO LA IGNORANCIA SE CONVIERTE EN PELIGRO



EDWARD

Sentado en el cerco de madera que protege uno de los géiseres más visitados aquí en el Parque Nacional Yellowstone, esperando que éste entrara nuevamente en acción para maravillarme de la acción de unos de los fenómenos de la naturaleza. Eran las dos de la madrugada, las primeras nieves del otoño ya habían caído, y el parque estaría cerrado al público, al menos toda esta zona, hasta la primavera. Aun con el frío polar en el ambiente, pues a estas horas estaríamos a varios grados bajo cero, el géiser no cejaba en su empeño de soltar su chorro caliente cada vez que le tocaba, siendo un preciso reloj entre chorro y chorro. A su alrededor la nieve que lentamente iba cayendo, amontonándose copo a copo en el suelo, al contacto con el agua casi hirviendo se deshacía, formando unas débiles fumarolas de vapor que hacían el espectáculo más impresionante.
 Entre todos estos espectaculares fenómenos de la naturaleza mi mente divagaba, preguntándome los motivos que llevaron a Bella a tirar al suelo, detrás del escritorio el anillo de mi madre, no dejándome concentrarme en la caza. Los recuerdos de ésta que tenía a través de los pensamientos de Maggy volvieron a mi cabeza, formándose otros al recordar aquel anillo que antes  había pertenecido a mi abuela, y mucho antes a mi bisabuela; y que había pasado varias generaciones por todos los dedos de las señoras Masen de mi familia.
Ese anillo era uno de los recuerdos, si no el más importante, que le había quedado a mi madre de mi padre. Y ella se lo había dado a Bella, pues a fin de cuentas hasta ella habría llegado el día que yo le hubiese propuesto matrimonio.

26/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:25º.- Celos

Capítulo 25º: CELOS



Ella lo vio salir de allí
ahora sabía la verdad
quise decir yo.

Loca de celos le siguió
tras apuntar la dirección
resistiéndose a llorar.

Cómo pudiste hacerme esto a mí
yo que te hubiese querido hasta el fin.
Se que te arrepentirás.

La calle desierta, la noche ideal.
Un coche sin luces no pudo esquivar.
Un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente.

Ella no quiso ni mirar.
Nunca daría marcha atrás.
Una y no más Santo Tomás.

Como pudiste hacerme esto a mí
yo q te hubiese querido hasta el fin.
Se que te arrepentirás.

La calle desierta, la noche ideal.
Un coche sin luces no pudo esquivar.
Un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente.

No me arrepiento.
Volvería a hacerlo, son los celos.
No me arrepiento.
Volvería a hacerlo, son los celos.
Noo…
*



BELLA

Con la nota entre las manos recogí en cuestión de segundos mis cosas mientras la profesora alcanzaba su mesa y el resto de alumnos entraban. Me escabullí a contra corriente entre ellos, y para cuando la profesora mandó cerrar la puerta yo ya estaba corriendo por el pasillo en dirección a la calle. Una vez allí saqué el móvil y llamé a Ben, su coche era el que más cerca tenía para coger prestado y poder ir hasta Forks. Marqué su número y conforme los tonos sonaban me encaminé hacia la facultad de química. Al cuarto tono saltó el buzón de voz. No había caído en que él estaría en clase. Ya en la puerta de su facultad volví a llamarlo. Seguía sin cogerlo. Empecé a desesperarme, si no me lo cogía al tercer intento entraría a la facultad a buscarlo. Conforme le daba a la rellamada una mano se posó en mi hombro. Me sobresalté, y al girarme colgué rápidamente. La cara se me iluminó al ver a Mia a mi lado, si ella estaba en  la universidad su coche también, y ese también me valía para ir hasta Forks.

-¿Qué haces aquí Bella? –me preguntó extrañada.
-¡Mia! Me vienes como caída del cielo. ¿Me prestas tu coche? Lo necesito con urgencia.
-Sí, claro. Pero, ¿para qué? –La arrastraba en dirección a los aparcamientos, sin perder el tiempo.
-Necesito ir a la casa de Edward, me está esperando.
-Venga, te puedo acercar si no queda muy lejos, me da tiempo hasta mi próxima clase.
-¿No te importa dejarme el coche? No vive en la ciudad –paramos en frente de la biblioteca, tenía que convencerla para que me lo dejara.
-¿Dónde vive?
-En un pueblo cerca de la costa, Forks.
-¿Forks? –su cara se iluminó al oír el nombre del pueblo–. Qué casualidad, la reserva a la que pertenece Jacob está al lado de Forks. ¡Me voy contigo!
-Pues vamos. ¿Sabes cómo llegar a Forks? –había reiniciado la marcha hacia los aparcamientos tirando de su brazo.
-… espera Bella –me paró cuatro pasos después–, no puedo irme, en media hora tengo un examen muy importante, ¡qué lástima! Me habría gustado darle una sorpresa a Jake.
-¿Entonces?
-Toma –sacó las llaves del coche de su bolso y me las dio–, vete tu sola. Me quedo con ganas de acompañarte. Hubiéramos almorzado los cuatro juntos en la reserva, Jake siempre está pidiéndome que le haga una visita.
-En otra ocasión –le arrebaté las llaves mientras me despedía de ella– ¡Y gracias!

25/2/12

El primer año del Cluuuuubbbbb!!!!


Hoy hace su primer año El club de Las Escritoras, al que con mucho orgullo pertenezco.
No soy una socia muy activa, pero no hay día en el que no me pase por allí a ver qué nos ha dejado de interesante su fundadora, administradora y alma del Club, nuestra querida Dulce.

Así que hoy me he dedicado a estropear la cabecera del Club para poder obsequiarlo con esta enorme tarta, de choco y nata, a compartir con todas las socias (espero no me mates Dulce, jejeje!!)



Y por si no lo sabéis, hay un macroconcurso de grandes obras organizado por Dulce allí, con las inestimables aportaciones de aquellas socias que tienen sus trabajos publicados y los han cedido para tal evento.

Y a Dulce, gracias por todo este enorme trabajo que le dedicas al Club, que sin duda significa que nos lo dedicas a nosotras. Sé que siempre estás ahí al pie del cañón, y eso, de verdad, no tiene precio.

¡¡Gracias Dulce, y feliz primer añito!!

22/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:24º.- Ya no soy el que era

AVISO: Este capítulo contiene ciertas escenas de ámbito sexual. Abstente si eres menor de edad, o no te agrada este tipo de escenas. Gracias.

Capítulo 24º: YA NO SOY EL QUE ERA




EDWARD

Me sentía el ser más despreciable sobre la faz de la tierra al haber dañado la mano de Bella de esa forma. Así que la llevé al único lugar donde sabía que la iban a tratar como ella se merecía, y con toda confianza. Cuando Carlisle salió de su consulta explicándome mentalmente que tan solo era una contusión, me quité un enorme peso de encima. Había sido un estúpido descuido por mi parte, pero tenía que estar seguro de no repetirlo. Esta vez solo había sido un dedo, y no podía dar lugar a que si había cualquier otra ocasión, no le haría algo peor. Y de nada me valía echarle la culpa a los chuchos de la reserva, eso era una excusa barata. Así que sin más pretextos me prometí a mí mismo no volver a poner en peligro a Bella así.

Y hablando de chuchos, debía hablar de ellos con Carlisle, pues el hecho de tenerlos cerca no solo en la universidad, era algo que nos incumbía a todo el aquelarre. Mientras ellos estaban en rayos le dejé una nota a Carlisle en su despacho sobre el tema. De todas formas esta noche iría pronto a casa para hablarlo. Al mudarnos a Forks, me hablaron acerca de los indios quileute y del tratado que tenían acordado desde hace siglos. Tratado que tendría que respetar como buen Cullen que soy. Pero también incluía que ellos lo respetarían, respetándome a mí. Mediante los recuerdos de Carlisle vi la transformación de varios de ellos. Era algo impresionante, en apenas un segundo sus ropas cedían ante la presión de un cuerpo animal, enorme y peludo que crecía dentro de ellas como si una explosión de carne fuese. En más de una ocasión Carlisle me advirtió, a la hora de tratar al profesor Uley, de lo emocionalmente inestables que podrían llegar a ser, sobre todo si se veían sometidos a mucha presión o algún inminente peligro. Debería actuar meticulosamente con ellos cerca.

20/2/12

TORMENTA DE ARENA

Aquí os dejo hoy el relato que hice estos días pasados para el reto del Club de Las Escritoras, Las dos caras de un mismo cuento:





El sol ya no le hacía daño en la piel. Ya se había acostumbrado a sus caricias lacerantes. El aire ardiente entraba por su boca a un ritmo constante, llenando sus pulmones más de polvo que de oxígeno. Ya no iba mirando al suelo, cuidando de no pisar con los pies desnudos las rocas y piedras del camino. Iba con los ojos cerrados, adecuando su paso al del caballo, y la respiración al paso casi al trote que el animal llevaba. Los grilletes que le ataban las muñecas hacía tiempo que habían dejado de hacerle daño en las mismas heridas que le habían hecho. Ya no le importaba por qué estaba en esa situación, ni dónde lo llevaba. Ni siquiera le importaba ya caer al suelo y ser arrastrado a lo largo del camino por el caballo. Su mente la ocupaba el hecho de que era Héctor el que lo llevaba así, y no creía en su inocencia a pesar de llevar días diciéndoselo.
¿Desde cuándo habían caído en ese negro pozo de la desconfianza? Siempre habían mantenido una buena relación. Siempre, hasta que pasó lo que pasó, y le echaron las culpas a él. Huyó, temiendo por su vida y pensando que Héctor no lo perseguiría. Pero sucedió todo lo contrario, pues el cazarrecompensas más famoso de toda la región puso especial empero en darle captura. A él.

El caballo relinchó, sacándolo de su ensimismamiento. Jonás notó entonces que el sol había atenuado la intensidad de los rayos sobre su piel. Estaba atardeciendo y el animal necesitaba descansar. Solo por eso Héctor haría un alto en el camino. Al caer la noche pararía unas horas por el caballo. Porque si por él fuera, habría hecho el camino del tirón, sin importarle si su prisionero llegaba o no de una pieza.
Por el día el único sonido que llegaba a sus oídos era el de los cascos del caballo golpeando la arena, junto con sus dubitativos pasos mezclados con su respiración. Héctor era como una estatua de bronce encima de su montura, estático, silencioso, intransigente. En el ambiente no había sonido alguno de ningún animal por los alrededores. El desierto era así. Ni insecto, ni ave, ni reptil o mamífero alguno se atrevería a adentrarse en las horas centrales del día en la infinita llanura de tierra reseca y piedras de filos cortantes. Ese era todo el paisaje que los rodeaban. Si acaso algún tronco seco en donde antaño habría agua, era lo que rompía la monotonía del paisaje. Esos viejos troncos precisamente los aprovechaba Héctor para descansar por las noches.

Al caer la noche el cazarrecompensas se aproximaba a uno de esos troncos, desmontaba sin perderlo de vista, y con varios tirones de la cuerda donde lo llevaba, lo ataba fuertemente a uno de esos troncos, con la holgura suficiente para que descansara, pero sin darle opción alguna a escapar. Sabía lo que hacía. Primero saciaba la sed del caballo, luego la suya, y por último, donde mismo le había dado a la bestia le acercaba a Jonás unos sorbos. Lo suficiente para que aguantara el día siguiente, hasta llegar ante la ley. De la albarda sacaba algo de paja para mitigar el hambre del animal. Y en su viejo morral, siempre colgado a su espalda, llevaba carne seca como único alimento. Le arrojaba, como si de un perro de presa se tratara, algo de esa carne a Jonás, y él mismo comía una reducida ración de la misma.

El calor que le sobraba a los días, era el que le faltaba a las noches. Con una diferencia de más de treinta grados, el desierto es de los peores sitios sobre la faz de la tierra para pasar una temporada. Jonás se encogía todo lo que podía sobre sí mismo para darse algo de calor. A pocos metros de él, Héctor hacía cada noche fuego para calentarse. Pero siempre tomaba precauciones para que su prisionero no tuviera opción a atacarle para escapar, y el calor de ese fuego realmente no aliviaba en nada a Jonás.
Con el estómago apenas lleno de agua y carne que más que carne parecía cuero, se acomodó lo mejor posible sobre las piedras que descansaba para pasar la noche. Hacía días había perdido toda esperanza de hacer entrar en razón a Héctor, y hacerle ver que él no era quien la había matado. Él no era ningún asesino, y mucho menos de ella. Se acurrucó y cerrando los ojos, se abandonó al sueño, esperando que este viniera pronto, pues en los inconscientes brazos de Morfeo todo lo olvidaba, y por unas horas su angustia desaparecía.

Los sonidos de la noche no tenían nada que ver con los ausentes del día. La noche en el desierto cobra vida propia, y todos sus habitantes aprovechan esas horas sin el abrasador sol para cazar, moverse, aparearse y hasta para divertirse. Con el arrullo de las aves nocturnas, de los insectos que revoloteaban a su alrededor y hasta de los reptiles que se movían por debajo de la arena, Jonás cayó en un estado de seminconsciencia, pues el frío no lo dejaba dormirse completamente. Esa noche un nuevo ruido se sumó al del desierto, sin saber exactamente de qué se trataba, lo asimiló e intentó dejarse llevar por su inconsciencia. Pero pasaban las horas y ese ruido no cesaba. Hasta que notó que algo abrigó su cuerpo helado, y una agradable sensación de calor lo inundó. Eso lo puso alerta, y entonces comprendió que Héctor lo había cubierto con una de sus pieles, cesando al instante el molesto ruido de antes. Comprendió entonces que era el castañeteo de sus dientes.
Jonás lloró silenciosamente bajo esas pieles. Sabía que era imposible que su propio hermano fuera tan duro con él. Comprendía su situación al creerlo culpable por el asesinato de ella, ¡pero era su hermano! Él había crecido a su sombra, admirándolo desde que tenía uso de razón. La naturaleza había sido generosa con Héctor y lo había dotado con un enorme cuerpo que se había encargado de entrenar y esculpir para seguir los pasos de su padre como cazarrecompensas. Pero Jonás no había sido bendecido con un físico atlético, y por ello idolatraba a su hermano mayor. Fueron muchos los que vieron ahí envidia, pero ella les había hecho ver que no era envidia, sino admiración. Con la mano que le llegaba al rostro limpió las lágrimas, y se rio amargamente de sí mismo. Envidia. Envidia por alguien que, no solo creía que él era un asesino, sino que también lo presentaría ante la ley para que fuera ajusticiado. Sin querer escucharlo. Sin darle opción alguna a explicarse. Él jamás lo habría hecho con él. Nunca.

Perdido entre sus pensamientos fue vencido por el sueño. Cuando el sol ya despuntaba al alba, un ruido sordo lo despertó, reconociéndolo al instante, y con verdadero pánico se incorporó lo que pudo, buscando con la mirada a su hermano. Enseguida su boca y nariz se llenaron con la arena que cada vez se movía más violentamente a su alrededor. A malas penas pudo ver la silueta de Héctor tratando de sujetar al caballo, antes de que la violenta tormenta de arena se cebara también con sus ojos.

–¡Héctor! ¡Ven! ¡Agárrate a mí antes de que la tormenta te arrastre! –gritó tanto como sus pulmones le permitieron, intentando superar el bramido mismo de la arena danzando mortalmente con el viento.
–¡El caballo… ! –apenas si lo oyó.
–¡Deja al maldito caballo y agárrate a mí! –gritó nuevamente mientras sentía las partículas de arena entrar en sus castigados pulmones, clavándosele como si de millones de alfileres se tratara.

No volvió a oir nada más que no fuera la arena revuelta con el fuerte viento. Y resignado agarró las pieles para taparse la cabeza y resistir así la tormenta de arena, cuando sintió que alguien lo agarraba fuertemente de una pierna. Supo que era Héctor e inmediatamente estiró el brazo para poder sujetarlo. Los minutos que siguieron parecieron horas para los dos hombres, expuestos a la vorágine del viento. No fueron arrastrados como el caballo porque el tronco donde Jonás estaba atado tenía unas profundas raíces ancladas al terreno.
Cuando el viento fue amainando con la arena, Jonás descubrió su cabeza y levantándola pudo ver a su hermano a sus pies, inconsciente. Vio su pecho subir y bajar, y respiró aliviado. Pero sin perder ni un solo segundo atrajo el cuerpo de Héctor hacia él y de su cinturón desenvainó su puñal. Rápidamente cortó las cuerdas que lo ataban al tronco que había sido su salvación, y con el cuerpo entumecido se incorporó. Cuando recuperó el tono muscular, se agachó sobre su hermano con intenciones de buscar entre su ropaje la llave de los grilletes que le aprisionaban las muñecas, y poder liberarse. Pero era tal su afán que no se dio cuenta de que Héctor había recuperado parcialmente la consciencia, y de un golpe en la mandíbula lo derribó. Héctor levantó una de sus enormes piernas y golpeó con ella a Jonás, pero éste fue más rápido y lo esquivó. Héctor aun estaba aturdido, y Jonás aprovechó esos momentos golpeándolo con el puño. Lo volvió a tumbar de espaldas y se le subió encima inmovilizándolo. Pero Héctor era mucho más fuerte, y pudo liberar un brazo con el que se defendía como una fiera. Jonás, viéndose perdido, agarró uno de los pedruscos que tenía a mano y lo levantó sobre la cabeza de su hermano mayor. Ambos se quedaron inmóviles, mirándose a los ojos. Rabia, miedo, desesperación, locura, venganza, y hasta instintos tales como el de la supervivencia asomaron a aquellos dos pares de ojos tan iguales.

–¡Yo no maté a madre! ¿Me oyes? ¡Yo,…! –La voz de Jonás que en un principio había sonado enfurecida, en unas décimas de segundo se quedó en un susurro–… no la maté.

Arrojó la piedra lejos, con las manos aún atadas, y lentamente se bajó de lo alto del pecho de Héctor, y resignado se sentó a su lado. De sus ojos unas silenciosas lágrimas empezaron a brotar, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Recordó que de niño su hermano mayor le decía que los hombres no lloraban nunca, salvo por sus seres queridos, y lo hacían siempre en privado.

–Pero si tú no me crees, ya todo me es igual. Haz justicia aquí tú mismo, y mátame.

En su hombro sintió cómo una mano grande, fuerte, se posaba, intentando darle consuelo, o eso quiso creer. El mismo consuelo que de niño le daba esa misma mano, cuando los demás chicos se burlaban de él, o las chiquillas de la aldea le daban calabazas. Jonás besó esa mano, y por un instante se sintió aquel chaval escuchimizado,  al que su hermano mayor siempre protegía y cuidaba.

19/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:23º.- De vuelta a la vida





Capítulo 23º: DE VUELTA A LA VIDA



EDWARD

Las primeras gotas de lluvia me cayeron a eso de las seis de la mañana, una hora antes de que a ella le tocara el despertador. Por suerte el buen tiempo del fin de semana había pasado, y según Alice se esperaban para los próximos días tormentas por la zona. Todo un alivio para mí, pues fingir que estaba cojo para evitar salir al sol, me hacía sentir el ser más miserable de todo el planeta. ¿Dónde se ha visto un vampiro con un tobillo torcido?... en casa de Bella. Era hora de dejar la azotea del edificio, y volver a casa a cambiar mi ropa para empezar una nueva jornada en la universidad, junto a ella.

Los días a su lado se fueron sucediendo tranquilamente. Era una delicia poder disfrutar cada vez más de su compañía, y poder saborear sus labios, pues ella a la más mínima ocasión se enganchaba a los míos. Era tan obvio lo que buscaba, que cada día me dolía más tener que negárselo, sobre todo porque yo estaba como ella, muriéndome de ganas de ir más allá de unos simples besos. Pero no podía, el monstruo sediento por su sangre estaba siempre esperando la más mínima ocasión para poder tomarla. No podía dejarme llevar y bajar la guardia, porque en el momento que esto sucediera, ella estaría muerta.

15/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:22º.- Un domingo en casa

Antes de dejaros con este nuevo capi de Buscando un sueño, quiero dar las gracias a esas cuatro personas que en la encuesta de la izquierda han votado que sí (la quinta soy yo :-P ). Y muy en especial a Aras, por esas preciosas palabras de aliento. A pesar de ser una reposición, pues hace unos meses esta historia se publicó en El Rincón de Bonnie, me hace mucha ilusión ver que estáis ahí siguiéndola. ¡¡Muchas gracias!!
Y respecto a la cría del berberecho, tendré que estudiarlo para poder compaginarlo, porque lo que es cerrar el blog,... iba a decir que ni bajo prescripción facultativa; pero no es el caso, sino todo lo contrario. Me han dicho que mientras tenga algo que decir, aquí tengo mi espacio para ello, y eso no lo voy a cambiar nunca por nada.
¡¡Gracias por seguir ahí, aunque sea de ojitos!!






Capítulo 22º: UN DOMINGO EN CASA


BELLA


Al entrar en casa me encontré a Angela con Ben en la salita. Estaban acurrucados en uno de los sofás escuchando música, con el portátil de Angela en el regazo. Era costumbre en ellos pasar mucho tiempo así en casa y estaba acostumbrada, pero en esa ocasión me dio envidia verlos así.

-¡Eh Bella! –Me llamó Ben.
-¡Hola chicos! –Saludé con cierta alegría.
-Te noto cada día más alegre, te está sentando bien salir con ese chico –dijo Ben con humor.
-¿A que tú también se lo has notado? –preguntaba Angela con cara divertida.
-Si no hay más que verla, se le nota en la mirada –los dos me miraban riéndose a mi costa.
-Vale ya o me vais a hacer sonrojar –les dije mientras el rubor empezaba a subirse en mis mejillas.
-Si es que no hay más que verte chiquilla, si hasta tienes mejor color y todo. A ver cuándo quedamos los cuatros y salimos por ahí un día de estos, al cine o a tomar una copa.
-Ben aún es pronto para eso –le contestó Angela, y los dos la miramos extrañados por su comentario–, ellos aún están conociéndose y cualquiera a su lado les incomodaría.
-Pero, ¿no os conocíais de hace años? –preguntó él extrañado.
-Sí y no –le contestó Angela–. Tú hazme caso a mí y déjalos a su aire. Más adelante lo invitaremos a cenar aquí y que nos conozca a los tres, ¿vale?
-Claro que sí. Os lo agradezco. Por cierto, ¿tenéis planes para mañana? –les pregunté.
-Sí, vamos a ir a comer a la casa de la playa que tiene mi hermano. La tele dice que va a hacer un día casi de verano, sin nubes, ¿por? –me comentó Ben.
-Nada, por saberlo.
-¿Y vosotros? –preguntaba Angela, mirándome con curiosidad.
-Vamos a ir al lago a dar un paseo.
-¡Lo pasaréis bien!
-Seguro. Bueno, os dejo, me caigo de sueño. Hasta mañana.

11/2/12

LA PROMESA

Microrrelato que hice para no sé qué concurso el verano pasado.


La promesa:

Se lo había prometido.

Con sus pinzas de depilar se afanaba en sacar los pelos del entrecejo. A él le gustaba cuidarse, pero últimamente se había descuidado.
Con una maquinilla de afeitar ya había repasado su cara, dejando su perilla simétricamente perfecta, al igual que sus patillas.
Le habían quitado el pendiente de aro que llevaba, y también se lo puso sin que le temblara el pulso.

Ser el mejor amigo de su hermano le había dado la oportunidad de acercarse a él, y durante años lo había amado en silencio, teniéndolo tan cerca, y tan lejos.

Una noche de borrachera, hace años, la había hecho prometérselo:

     –Si algún día me tienes como cliente en ese trabajo tuyo, ponme guapo.

El día llegó repentinamente, y ella cumplió su promesa sacando lo mejor de sí y de sus cursos de tanatopraxia.



8/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:21º.- Nuestro primer beso



Capítulo 21º: Nuestro primer beso




EDWARD

Al verla entrar por el portal notaba cómo con ella iba mi corazón, pues ya tenía unas incontrolables ganas de estar nuevamente en su compañía. Y no iba a dejarla por mucho tiempo sola. Aparqué el coche unas calles más allá y volví casi volando a la azotea del edificio. Sabía que ahora tan solo iba a dormir, pero no me importaba, yo lo único que necesitaba era estar cerca de ella, sentir su presencia, y esa necesidad bien sabía que ya jamás desaparecería.
Desde la azotea percibí claramente los pensamientos de Angela, la estaba esperando. Su otra compañera de piso, Mia, dormía pesadamente en uno de los cuartos. Estaban hablando de la velada. Con mucha curiosidad me puse lo más cerca posible de ellas para oír la conversación, que aunque sabía que estaba mal, no me pude resistir



5/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:20º.- Volviendo a vivir



Capítulo 20º: VOLVIENDO A VIVIR


Me muero por suplicarte que no te vayas mi vida,
me muero por escucharte decir las cosas que nunca digas,
mas me callo y te marchas,
mantengo la esperanza
de ser capaz algún día
de no esconder las heridas
que me duelen al pensar que te voy queriendo cada día un poco más.
¿Cuánto tiempo vamos a esperar?

Me muero por abrazarte y que me abraces tan fuerte,
Me muero por divertirte y que me beses cuando despierte
Acomodado en tu pecho, hasta que el sol aparezca.

Me voy perdiendo en tu aroma,
Me voy perdiendo en tus labios que se acercan
Susurrando palabras que llegan a esta pobre corazón
Voy sintiendo el fuego en mi interior.

Me muero por conocerte, saber qué es lo que piensas,
Abrir todas tus puertas
Y vencer esas tormentas que nos quieran abatir,
Centrar en tus ojos mi mirada,
Cantar contigo al alba,
Besarnos hasta desgastarnos nuestros labios,
Y ver en tu rostro cada día
Crecer esa semilla
Crear, soñar, dejar todo surgir,
Aparcando el miedo a sufrir.

Me muero por explicarte lo que pasa por mi mente,
Me muero por intrigarte y seguir siendo capaz de sorprenderte,
Sentir cada día ese flechazo al verte,
¿Qué más dará lo que digan? ¿Qué más dará lo que piensen?

Si estoy loco es cosa mía,
Y ahora vuelvo a mirar el mundo a mi favor,
Vuelvo a ver brillar la luz del sol. *







EDWARD

Avanzaba, elegantemente, con esos precisos pasos, su pelo suelto, perfumando el aire que hasta mí traía su olor; y esa sencillez al vestir que tanto me gustaba. Avanzaba, digo, entre toda la gente que la rodeaba, mientras hablaba con su compañera de piso y su novio, hacia mí. De entre todas las conversaciones que invadían mi mente, solo estaba pendiente de una, la que mantenía su amiga con ella. Y no era muy halagüeña conmigo precisamente. Su amiga le aconsejaba que llevara cuidado conmigo, después de todo lo que le había hecho pasar no era de extrañar esa actitud. En el fondo me alegraba de que su amiga pensara así, eso significaba que le importaba, y que cuidaba de ella. A unos pocos metros de mí se despidió de su amiga y su novio, que me miraron con aire reprobatorio mientras en sus mentes podía leer la amenaza si le volvía a hacer daño; y se me acercó. Yo la esperaba, como cada mañana, a la entrada de la facultad junto a Alice, cuya mente se reconcomía al ver que las cosas entre ellas no se arreglaban en el futuro. Aunque pareciera mentira, existía una persona en el mundo a la que Alice no caía bien: mi Bella.

1/2/12

BUSCAND UN SUEÑO:19º.- Una nueva oportunidad


Capítulo 19: UNA NUEVA OPORTUNIDAD


BELLA


Mi corazón no daba crédito a todo lo que estaba sucediendo, cuando ya se había resignado a su pérdida. Ya había pasado todo el dolor, y el bálsamo del tiempo empezaba a hacer efecto. De repente él había aparecido nuevamente, y por mucho que lo negara, mi corazón, que jamás dejó de pertenecerle, volvió a sentir por él todo lo que sentía tiempo atrás, cuando éramos felices en Chicago. Mi corazón latía desbocadamente mientras caminaba a su lado, con su mano a tan solo quince centímetros de la mía. Qué fácil habría sido adelantar mi mano salvando esos centímetros, y agarrarme de la suya mientras salíamos de la facultad, tal como siempre íbamos por Chicago. Pero retuve ese impulso, su hermana iba al otro lado de él y su sola presencia me cohibía.

Al salir a la calle nos encontramos a Jasper, que fue sin pensarlo, como si fuera lo más natural del mundo, a darle un beso a Alice. Por lo visto estaban juntos. Ella le correspondió, y ya abrazados se despidieron de nosotros dejándonos solos. Quedamos frente a frente en mitad de la acera. Me miraba como si fuera la primera vez, como tratando de reconocerme. Recordando lo que me había dicho Jasper de su memoria empecé a hablarle: