Capítulo 45: ¿CULLEN O VULTURIS?
BELLA
Me
estaba quemando viva por dentro. Ese fuego que recorría mis venas por todo mi
cuerpo me hizo recuperar la consciencia. Toda mi vida parecía ahora haberse
evaporado al contacto de ese fuego, y tan solo eso era mi realidad. Ese fuego
que me estaba consumiendo.
Agua.
Necesitaba
urgentemente una bañera de agua helada donde poder meterme y poder acabar con
este eterno fuego que me recorría por dentro, quemándome las entrañas a mil
grados.
Quise
abrir los ojos, pero nada más pensarlo, el fuego se apoderó de mis párpados
torturándolos con el insufrible dolor que me consumía.
Quise
gritar, y de mi garganta salió el más terrible de los alaridos que jamás había
escuchado.
Quise
moverme, incorporarme y salir corriendo de allí, huir del dolor, pero mi cuerpo
ya no era mío, no me obedecía. Ahora era pasto del fuego que corría por mi
interior, y no pude moverme.
Me
quedé allí tendida, como si fuera un pez fuera del agua, boqueando y suplicando
por un poco de agua que me devolviera algo de vida. Que aplacara este fuego.
No
sé cuánto tiempo pasé allí tumbada. Horas, días, semanas. Pero fue una
eternidad. Mi cuerpo, agotado ante tanto sufrimiento parecía que paulatinamente
iba cobrando vida propia. Los músculos parecían querer saltar de sus
posiciones, y me dolían hasta los huesos. Mi corazón empezó a latir de forma
arrítmica, fallando de cuando en cuando. Pero ya nada de lo que pudiera
ocurrirle a mi organismo me importaba. Solo deseaba una cosa, que el fuego en
mi interior cesara. Acogería de buenas ganas el abrazo de la muerte con tal de
que ésta acabara de una maldita vez con todo este dolor.
Al
fin mi cuerpo empezó a obedecerme, y empezando por las extremidades, el abrasador
calor fue cesando. Poco a poco me fui aliviando. Ya no recordaba nada anterior
a ese calor. Mi mente estaba ocupada por el deseo de que terminase de remitir
ese fuego interno, y por algo que desesperadamente empezaba a apretar mi
garganta, hasta casi ahogarme. Mi corazón, en un último intento por seguir en
funcionamiento, se colapsó, y sin avisar, dejo definitivamente de latir. Pero
eso no me importó ni me alarmó. Mi mente, que por el contrario parecía haber
duplicado su espacio, tan solo pensaba en la forma de apaciguar ahora la
terrible desazón de mi garganta.
Tenía
sed, mucha sed.
-¿Isabella?
Ya ha pasado todo. Puedes abrir los ojos.
Aquella
voz, masculina, no obstante con cierto deje afeminado, pero de un gusto
exquisito me alertó. No estaba sola. De un salto me puse a la defensiva. Mi
cuerpo giró sobre sí mismo, y en una décima de segundo me atrincheré en el rincón
más alejado de mi interlocutor. De un vistazo analicé la estancia, las posibles
vías de escape, y a mi único acompañante.
-Tranquila,
querida –apenas si se movió, tan solo levantó las manos mostrando que estaba
indefenso–, puedes confiar en mí. Soy Aro, tu amigo Aro –repitió como si hablara
con un niño de corta edad–, solo quiero ayudarte.
Lo
miré, tratando de recordarlo, buscando en la nebulosa que era ahora mi memoria.
No logré ver nada con lucidez. A mi confusa mente, el recuerdo que más claro
venía era el de un rostro masculino que jamás había visto. Y su ojos nadan tenían que ver con el color
escarlata de Aro. El hombre joven de mis recuerdos los tenía dorados.
-Yo
sé perfectamente qué te pasa. Te aprieta la garganta, y tu instinto te induce a
salir fuera y buscar, guiarte por el olfato, y buscar aquello que es capaz de
aplacar esa sed. Solo hay una cosa capaz de hacerlo, y yo te lo voy a conseguir.
Confía en mí –tendió una sola de sus manos hacia mí, invitándome a que se la
cogiera–. Ven conmigo.
Me
incorporé. No tenía mi confianza al cien por cien, pero no perdía nada por
seguirlo. Así que con un gesto de mi cabeza, le indiqué que fuera él primero. Y
al darme la espalda, sin perderlo de vista, me incorporé. Al salir de la
estancia de piedra en la que estábamos, me vi rápidamente rodeada por dos tipos
enormes. Pero no tuve tiempo de pensar en nada más. Un delicioso olor me llegó,
golpeándome las sienes a través de las fosas nasales. Mi pecho rugió de hambre,
reconociendo que ese era el olor de mi aliento. Ya solo me importó seguir ese
delicioso aroma y alimentarme de su fuente. No vi nada, no pensé en nada.
Simplemente ignoré su gritos, ignoré a Aro, que parecía complaciente con mi
actitud, y tomé de ese cuerpo lo que creía era mío por el simple hecho de que
era lo único capaz de aplacar mi sed. Cayó inerte a mis pies, y furiosa lo
golpeé con el pie. No era suficiente. Quería más.
-Mi
pequeña Isabella, tendrás todos los que quieras, yo te los daré. Solo tienes
que confiar en mí. Ahora somos tú y yo solamente. Lo demás no importa, déjalo
atrás. Solo escúchame, y tendrás toda la sangre que seas capaz de beber.
El
delicioso olor me llegó nuevamente. Sin apenas dificultad lo rastreé, y hallé
otro patético hombre muerto de miedo, y a Aro interponiéndose entre nosotros.
-Lo
quieres, ¿Verdad?
El
rugido imponente, furioso y hambriento que salió nuevamente de mi pecho se lo
dejó bien claro. Mis labios se retiraron, dejando al descubierto mis afilados
dientes, capaces de destrozar el hormigón. Mis ojos se posaron retadores en los
suyos. Claro que lo quería, y estaba dispuesta a pasar por encima de él si no
me lo daba ya.
-Tu
amigo Aro te lo va a dar, pero tienes que ser una buena chica, ¿lo entiendes?
-Sí
–hablé por primera vez. No recordaba si podía hacerlo, o simplemente debía
hacerme entender por mis rugidos y mis deseos, sobre todo el de sangre–. ¡Lo
quiero ya!
-Tómalo,
pero recuerda esto, yo soy tu señor, me debes obediencia. Yo te daré toda la
sangre que desees, pero recuerda que soy tu maestro.
Asentí
urgentemente. Le obedecería siempre y cuando me diera más sangre. Haría por Aro
lo que él me pidiera, a cambio de todos cuantos humanos me apeteciera tomar.
Así sería desde entonces. El trato me gustaba, era sencillo complacer a mi
maestro, y él siempre me daba lo que quería. Poco a poco él me fue enseñando
cosas que yo había olvidado con el fuego que quemó todo lo que era antes. Me enseñó
a controlar mi cuerpo, mis instintos y deseos, me educó con formas y modales
característicos de la señorita que era, y me aleccionó en las leyes de los de
nuestra especie. Me incorporó como parte esencial de la guardia que las hacía
respetar ante los demás vampiros. Y lo más importante, me mostró que tenía un
don especial y me enseñó a utilizarlo y ponerlo al servicio de las leyes. Yo
era su defensa más férrea cuando entraban en acción los dones especiales de
nuestros enemigos. Bajo mi protección, ni la mismísima Jane ni su hermano Alec,
podían hacer nada.
Aro
estaba realmente orgulloso de mí. Y yo también.
Me
había convertido en su niña consentida, desbancando de ese privilegiado
escalafón a Jane. Ella había terminado por odiarme, pero no me importaba. Con
su don no podía hacerme nada, y yo era superior a ella en cuanto a fuerza y
destreza. Y lo mejor, contaba con el beneplácito, no solo de Aro, sino también
de Marco y Cayo, los otros dos Vulturis.
Pero
había algo que me faltaba. En mi pecho, donde meses atrás latía mi corazón,
había ahora un enorme vacío, que tan solo menguaba un poquito cuando pensaba en
aquel extraño vampiro de ojos dorados que a menudo rondaba por mi cabeza. En
alguna ocasión se lo llegué a comentar a mi maestro, y él me respondía que eran
efectos del fuego de la conversión. Simplemente, los vampiros de ojos dorados
no existían. Todos los teníamos del color de la sangre, nuestra única fuente de
alimento. Aun así, en los pocos momentos de soledad que buscaba, porque me
gustaba disfrutar de ella, me perdía en el color dorado de aquellos ojos
imposibles que me acompañaban siempre en el interior de mi mente.
Nos
movíamos continuamente. Aro había formado un nutrido grupo de los mejores
guardias que nos acompañaban siempre, mientras que Marco y Cayo se quedaban en
Volterra, que es donde teníamos nuestro hogar, para disimular, aparentando
normalidad. Era una estrategia para confundir a un aquelarre enemigo que
siempre estaba pisándonos los talones. Aro me había hablado de ellos, querían
eliminarnos para sembrar el caos entre las dos especies rompiendo el complicado
equilibrio que los Vulturis habían logrado en los últimos milenios, donde
habíamos podido vivir en paz. Me rogó, siempre pensando en mi bien, que jamás
me alejara de él ni me dejara atrapar por ellos. Yo, por mi don, era un punto
estratégico de vital importancia, y querían secuestrarme a toda costa.
Estábamos
en unos de nuestros largos viajes por la blanca Siberia, cuando avisaron a Aro
para que volviéramos urgentemente a Volterra. Lo veía extrañamente excitado,
dichoso, y me atreví a preguntarle qué pasaba.
-Maestro,
¿Ha pasado algo grave en nuestra ausencia? –preferí encaminar mis pasos a lo
peor, pese a ver su cara de felicidad.
-Nada
de qué preocuparse. Todo lo contrario. Ha ocurrido algo que llevo meses
esperando, y que nos va a hacer más fuertes.
-¿Más
aún? –me emocioné ante esa noticia. Cuanto más fuertes fuéramos, más
posibilidades tendríamos de hacerle frente al enemigo. Soñaba con poder volver
un día a Volterra y no tener que abandonarla por necesidad. Poder quedarnos en
nuestro hogar para siempre.
-Sí
mi pequeña Isabella. El día que te encontré dejé sembrada una semilla, que al
fin hoy va a dar sus frutos. Te gustará el nuevo miembro de la guardia, ya lo
verás.
Dejándome
con esa duda sobre un nuevo miembro en la guardia, me indicó con su mano que
guardara silencio.
No
volvimos a hablar en todo el largo trayecto hasta Italia. Y al llegar a
Volterra, a unas pocas horas de que amaneciera, inexplicablemente me pidió que
lo aguardara en las estancias más alejadas de la torre del homenaje, que era
donde estaba el salón de las audiencias. Me extrañó bastante, pues siempre que
tenía una audiencia yo lo acompañaba como si fuera su sombra. Al principio
íbamos Jane y yo inmediatamente detrás de él, pero con el tiempo prescindió de
Jane en un primer plano, quedando únicamente yo ahí.
Resignada
me senté en uno de los sillones que adornaban la estancia, dispuesta a
esperarlo. Enseguida me perdí en los ojos dorados del habitante incorpóreo de
mi mente. Mi eterno compañero cuando la soledad me tomaba por compañera. Tan
abstraída estaba en mis pensamientos que no me di cuenta de que alguien
chistaba desde el ventanal. Al incorporarme una vampira de cabellos negros, no
muy largos, pero graciosamente peinados, apareció en el alfeizar del ventanal.
No la reconocí, e inmediatamente intuí que estaba en peligro. En una décima de
segundo me eché sobre ella y la agarré del cuello, dispuesta a arrancarle la
cabeza. Pero su actitud me descolocó, pues no hizo intento alguno de
defenderse. Pero lo que más me descolocó fue el color de sus ojos, eran dorados
como los de mi alucinación.
-Be…
Bella,… soy yo… Alice.
Su
voz salió entrecortada, apenas si le podría pasar el aire por la garganta
debido a mi fuerte agarre. Sus manos se levantaban en señal de rendición, con
las palmas hacia delante. Y esa forma de llamarme removió algo en los lejanos
recuerdos de mi mente. Bella, era así cómo me llamaban antes. Ella me conocía
de antes. En mi interior nació la necesidad de saber de mí misma antes de mi
conversión. Aro jamás hablaba de eso. Una vez se lo comenté y su única
respuesta fue que era una pérdida tonta de tiempo. Pero en mis ratos de soledad,
casi sin querer reconocerlo, pensaba en qué había antes. Y qué papel tendría el
dueño de esos ojos dorados que siempre me acompañaban. Dorados como los de mi
prisionera. Alice. Me había dicho que se llamaba Alice, y, al principio nada me
decía su nombre, pero al mirarla de frente, al mirar sus ojos, un tenue
recuerdo de nosotras dos juntas vino a mi mente. Y yo no era la misma. Era
humana. Ese fue el primer recuerdo que tuve de mí misma siendo humana, donde
las dos reíamos.
-Bella,
suéltame, por… favor.
Nada
sentía de peligroso en ella, así que la solté, pero mi actitud a la defensiva
la reforcé.
-¿Quién
eres? ¿Qué quieres? –le pregunté, distante, a pesar de que la curiosidad crecía
en mí de manera desorbitada.
-¿No
me recuerdas? Soy yo, Alice.
-Eso
ya me lo has dicho. ¿Quién te manda?
-Edward
está aquí, ha venido a unirse a los Vulturis para estar contigo. Tenemos que
impedírselo.
-¿Edward?
–ese nombre empezó a retumbar en mi memoria. Lo recordaba, pero no sabía quién
era Edward.
-¿Tampoco
lo recuerdas a él? ¡Dios! Esto va a ser más complicado de lo que creía.
-¡Alice!
–desde el ventanal alguien la llamó, y entonces comprendí que no estaba sola–.
No recuerda nada de su vida humana. Haz que se asome a la ventana, tal vez si
nos ve, empiece a recordar algo.
Recordar
no, pero empecé a relacionar todo lo que estaba pasando, y enseguida me di
cuenta de que eran del aquelarre enemigo. Aquellos de los que yo me tenía que
cuidar y no caer jamás en sus manos. No sabía cómo, pero nos habían tendido una
trampa y habíamos caído. Aro estaba siendo entretenido por uno de ellos
mientras el resto me secuestraba.
Reaccioné
al instante, sin acercarme al ventanal. Tenía que salir de allí por la puerta
lo antes posible, y dar la voz de alarma en todo el castillo. Justo cuando
alcanzaba el marco de la puerta, unos brazos enormes me apresaron, dejándome
prácticamente inmovilizada. Una mano también enorme tapó mi boca,
-Bella,
por lo que más quieras, no nos lo pongas más difícil aún. ¿No me recuerdas? –el
tipo que me tenía prisionera, igual de grandote que Felix, me hablaba como si
me conociera de toda la vida. Liberando un poco su mano, me giró la cabeza para
que pudiera verle el rostro. Sus ojos dorados fue lo primero que vi–. ¡Soy
Emmet! –afirmó agrandando sus ojos, como si fuera lo más evidente del mundo–.
¿Y a ellos tampoco los recuerdas?
Señaló
con su prominente barbilla hacia el ventanal, y justo delante nuestro encontré
a cuatro vampiros más de ojos dorados. Uno de ellos, el que parecía el jefe,
habló.
-Bella,
intenta recordar. Mira bien nuestras caras. Yo soy Carlisle, ellas son Esme y
Rosalie, y él es Jasper. Intenta ir más allá de la nube de tus recuerdos.
Nosotros estamos ahí, somos los Cullen, tu familia.
Negaba
con la cabeza, sin atreverme a hablar. Mi familia era mi maestro, y toda la
guardia de los Vulturis. Pero mientras negaba aquella aberración a todo cuanto
me había enseñado Aro, los recuerdos en mi mente fueron esclareciéndose, y poco
a poco fui recordándolos. Desde las bromas de Emmet, la traición de Rosalie, y
hasta el primer encuentro con Jasper en la biblioteca de la universidad. Las
brumas que rodeaban mis recuerdos, siempre alimentadas por Aro, se disiparon. Y
supe que, aunque fuera solo un vago recuerdo, estos vampiros de ojos dorados no
querían hacerme daño alguno. Dejé de forcejear con Emmet, y él poco a poco me
fue soltando, hasta quedar totalmente libre. Por primera vez miré a Alice, y la
reconocí. Los vanos recuerdos de mi último día como humana vinieron
esclarecedores, y vi a Aro llevándome con él, y mordiendo mi cuello. La pena me
embargó, y sin pensarlo corrí a los brazos de Alice, era la que más cercana
sentía. Mis ojos no derramaron lágrima alguna porque no podían, pero el llanto
de mi muerto corazón me dejó un gran desconsuelo.
-Ya
Bella, ya. Todo ha pasado, ya estás a salvo. Ahora a quien tenemos que salvar
es a Edward. Él está ahora con Aro, y en unos minutos le hará besar y jurar su
sello.
El
nombre de Edward volvió a salir de su boca, pero no lograba alcanzar ningún
pensamiento en donde ese tal Edward apareciera. Hasta que sus ojos dorados
volvieron una vez más a ocupar toda mi mente. ¿Cómo había podido ser tan tonta
como para no recordar ni reconocer a Edward? Pues era él el que había adueñado
de mi mente desde un principio.
-¡Edward!
–al fin reaccioné–. Está en el salón de las audiencias con Aro. Él es quien se
nos va a unir, que tanta dicha le produce a mí… a Aro –ya no lo veía como mi
maestro y guía. Él me había engatusado, engañado, y convertido en lo que era:
una asesina bebedora de sangre humana–. ¡Hemos de evitarlo!
Salí
como una exhalación de la estancia, seguida por los seis vampiros, y en un
minuto escaso irrumpimos en el salón. El dueño del rostro con ojos dorados que ocupaba mi mente las veinticuatro horas del
día estaba arrodillado delante de Aro, dispuesto a besar el sello de éste y
jurarle obediencia total. Era él, Edward. Me paré en mitad del salón, y lo
detuve gritándole con todas mis fuerzas.
-¡Edward,
no! ¡No lo hagas!
Todos
los allí presentes se giraron hacia mí, y en ese preciso instante me vi
flanqueada por los Cullen. Empecé a sentir en el ambiente la malévola presencia
de Jane hacia nosotros, y rápidamente desplegué mi escudo, protegiéndonos. Ni
ella ni Alec podrían hacernos nada, Aro me había enseñado bien a manejar mi
don, mi escudo.
-¡Isabella!
Repliega tu escudo y ven aquí de inmediato –Aro, creyéndose aún con poder sobre
mí, con autoridad me dio la orden. Pero yo la ignoré–. ¡Isabella!
-¡No
más mentiras, maestro! –le contesté, soltando la última palabra con ironía–.
Ahora lo sé todo. Tú me raptaste y…
-Y
te di la inmortalidad, esa que tanto anhelabas y que ellos no tenían
intenciones de darte. He sido como un padre para ti, y ahora estoy consiguiendo
que el vampiro que te ama se nos una. Ven aquí y deja que tus compañeros se
ocupen de Carlisle y su familia.
-También
es mi familia –le respondí, desafiante.
-Tu
única familia son los Vulturis.
-No.
No lo han sido nunca, esto no es una familia, es un ejército. Nadie te obedece
porque te quieran, sino por un juramento de lealtad.
Aro
calló. Le había dado en donde más le dolía, y lo sabía.
Carlisle
aprovechó el silencio y dando unos pasos, situándose casi al borde de mi escudo
protector, le habló a Aro.
-Solo
hemos venido a por Bella. No queremos causar daño alguno, y en nombre de la
amistad que en el pasado nos unió, y que tú pisoteaste hace meses llevándotela;
te pido que reconsideres tu postura, Aro. Déjanos marchar en paz, y no habrá
pasado nada. Olvidaremos la ofensa, y seguiremos tan amigos.
-Él
–señaló a Edward–, aún no ha hecho el juramento, puede irse si lo desea. Pero
ella –me señaló a mí entonces–, me pertenece. Yo la creé.
-De
eso ni hablar –estallé ante la prepotencia de mi maestro. Ahora veía sus intenciones
y propósitos conmigo–. Dime, maestro, ¿Cuándo he besado yo tu sello y jurado
obediencia? –Aro calló, reflejando en sus ojos escarlata la derrota–. ¡Nunca!
Así que no hay nada que me ate a vosotros. Me largo.
Edward
se levantó y a la velocidad de la luz se puso a mi lado, agarrando con fuerza,
con desesperación, mi mano. Felix y el resto de los guardias presentes hicieron
amago de atacarnos con la fuerza, ya que había quedado patente que con los
dones de los hermanos no podían. Pero a una señal de Aro, desistieron. Fue
entonces cuando lo vi claro del todo. Así había estado yo todos estos meses
bajo el yugo y la voluntad de Aro.
-Tranquilos
–les dijo al final–, dejadlos ir. Aquí nadie está contra su voluntad. Eso lo
sabéis todos. Carlisle –quiso despedirse de él, sin dejar lugar a rencores, al
menos de nuestra parte–, os podéis ir en cuanto os plazca. Si ellos no quieren
pertenecer al glorioso ejército de los Vulturis, nadie los va a obligar. Nada
tengo en contra de vosotros, seguimos tan amigos como siempre.
-Como
siempre, Aro –respondió sin ninguna doblez Carlisle, y enfatizó repitiendo–,
como siempre.
Las
primeras luces del amanecer ya se iban perfilando en el horizonte por el este.
Debíamos darnos prisa en alejarnos de allí, y ponernos a salvo de los rayos del
sol. Corrimos campo a través en dirección al mar. Nos sumergiríamos en sus
profundidades donde nadie podría vernos durante el día.
Yo
corrí por primera vez a la par de Edward, que desde que me agarró la mano en el
castillo de los Vulturis, no me la había soltado. Y yo me dejaba arrastrar por
él, corriendo a su lado.
Feliz,
radiante, enamorada a cada movimiento de él, a cada apretón de su mano sobre la
mía. A cada mirada suya, que le devolvía acarameladamente. El vacío de mi pecho
se iba llenando con cada segundo que pasaba a su lado. Él era lo que me faltaba
para esta completa.
Corríamos hacia un eterno futuro juntos, donde
ya no tendríamos límites a la hora de amarnos. Donde no cabía ya miedo alguno,
y nuestro único fin era dar placer el uno al otro, por toda la eternidad.
Juntos ya, para siempre.
FIN
2 comentarios:
que te puedo decir mas que gracias por publicar esta historia tan bonita,de principio a FIN me ha encantado que bueno que recupero la memoria y dejo a aro con un palmo de narices,hermoso final felicidades y estare esperando otra historia.nunca te des por vencida y publica besos
Hola mi querida Aras! Me alegra que te gustara esta historia. Pero quiero avisarte de que aun me queda el epílogo por publicar, y entonces sí la daré por terminada. Espero hacerlo mañana miércoles, estate atenta.
Gracias por estar ahí!
Besos!
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