EPÍLOGO:
Dedicado con mucho cariño a todas aquellas personas que han seguido desde aquí, mi casita, esta historia, en especial a Aras, que siempre ha tenido una palabra de aliento para mi humilde persona.
¡Muchas gracias guapa!
EDWARD
-Edward,
¿no hueles ese delicioso olor?
-No
Bella. Sabes que eso no está bien.
-Pero
es que, es irresistible.
-Cari,
creía que esto lo tenías ya superado.
-Sí.
Pero,… ¿realmente no te atrae este olor a sangre? Nos podríamos dar un festín,
y hacer este día aún más especial.
-¡Bella!
¿No pretenderás morderle al padre Wilcox, delante del altar donde nos está
casando?
-Para
ser sacerdote su efluvio huele realmente bien. Y mis invitados,…
-Hoy este hombre y esta mujer están delante de Dios y de
esta asamblea para confesar el amor mutuo y el deseo que les ha traído a esta
ocasión. Han venido aquí libremente buscando la bendición de Dios, la de sus
hermanos en la fe y de la sociedad para que ellos puedan unirse legalmente y felizmente
como esposo y esposa.
Aquellas
declaraciones de Bella mientras el padre Wilcox leía los votos de nuestra unión
ante Dios, un Dios que tal vez no perdonaría nuestra naturaleza, pero al que
nosotros aún teníamos algún tipo de fe; me alarmaron hasta tal punto que
rápidamente con la mirada busqué la ayuda de Emmet y los demás mientras yo
iniciaba una maniobra de placaje contra ella. Pero al observar las caras
divertidas y risas por lo bajo de todos ellos; comprendí que Bella tan solo se
estaba riendo de mí.
“Pobre tonto, se lo ha creído” me llegaba en estéreo desde las mentes de todos ellos,
junto con sus risas.
Miré
a Bella, y la encontré atenta a la retahíla del sacerdote, ajena a todo lo que acababa de hacerme, pero
con su inconfundible sonrisa guasona dibujada en sus hermosos labios.
Bufé,
viéndome traicionado por los nervios del momento, tan alto que el Padre se
detuvo momentáneamente, clavándome sus ojillos por encima de sus gafas de ver
de cerca. Avergonzado, bajé la cabeza, y él sin más prosiguió.
-Acompáñanos,
Padre, para que estos momentos que pasamos aquí sirvan para enriquecer sus
vidas con un amor más perfecto. Pedimos que nos perdones. Creas en nosotros un
corazón limpio y un espíritu recto,…
Bella,
adelantándose al Padre Wilcox, acercó su mano a la mía, intentando buscar
clemencia. Pero no la tendría, no después de hacerme la jugarreta que me
acababa de hacer. Jugaba con ventaja, pues con la presencia de Jacob, Alice
estaba totalmente anulada con sus visiones. Y ella hacía relativamente poco
tiempo que había abandonado los hábitos alimenticios de los Vulturis para
acoger los propios de los Cullen. No en vano saldría de la iglesia cogida de mi
mano, convertida en la señora Cullen.
Mientras
nos pedía que uniéramos nuestras manos derechas, Bella me pedía perdón en un
susurro que tan solo yo pudiera oírla.
-Perdona
mi amor. Te veía tan serio, que no he podido resistirme.
-Edward,
¿Tomas a Bella, cuya mano tienes, para ser tu esposa legítima, para vivir en el
santo estado de matrimonio según la voluntad de Dios mientras que ambos existan?
– le habíamos pedido al Padre que cambiara lo de vivir por existir, lo cual
aceptó con el mismo agrado con el que aceptó casarnos una vez el sol se hubiese
puesto, bajo el generoso donativo de Carlisle para su modesta iglesia.
-Te
mato cari – le decía en apenas un susurro, mientras asentía con la cabeza al
sacerdote. – De esta noche no te escapas.
-Y
tú, Bella, ¿Tomas a Edward, cuya mano tienes para ser tu esposo legítimo, para
vivir en el santo estado de matrimonio según la voluntad de Dios mientras que
ambos existan?
Asentía
al Padre con un delicado movimiento de su cabeza, mostrando en su hermoso
rostro, blanco y frío como el mármol, el deseo que tras sus recientes ojos
dorados se agolpaba, pensando en las mil maneras en las que le haría pagar su
broma.
La
ceremonia proseguía, totalmente atípica a cualquier acto religioso. No ya solo
porque los contrayentes fueran vampiros, sino porque el público, menos a las
palabras del sacerdote, estaban pendientes de cualquier cosa. Y más en general
de nuestros cuchicheos. Pues hasta la mismísima Rosalie llegó a compadecerse de
mí, si Bella llegaba a provocarme como ella lo hacía con Emmet en su nidito de
amor.
-Por
favor, preséntenme el anillo para la novia.
A
Emmet le faltó tiempo para meterse la mano en el bolsillo de su chaleco, y
sacar entre sus dedos el anillo que una hora antes Mia nos acababa de traer, a
escondidas de Bella, desde el piso que compartían junto con Angela en Seattle. Se
lo entregó al Padre, y este a su vez me lo entregó para que lo pusiera en el
dedo de la mujer que había robado mi corazón, vivo o muerto, desde aquellos
maravillosos años en el instituto de Chicago. El anillo me quemó la palma de la
mano, de la satisfacción que tenía porque finalmente iba a cumplir con la
costumbre de mi familia. Con ese anillo yo, un Masen de nacimiento, desposaría
al amor de mi vida, tal como habían hecho las últimas generaciones de Masen.
-Edward,
repite conmigo las siguientes palabras: Bella, yo estoy aquí para ser tu marido
según la ordenanza de Dios. Te tomo para ser mi esposa, para amarte de hoy en
adelante. Yo prometo vivir contigo y cuidarte en la enfermedad y en la salud,
proveyendo para tus necesidades, protegiéndote de todo peligro y rechazando a
todas las demás mujeres, me mantendré puro para ti hasta que la muerte nos
separe. Para sellar lo que te prometo, te doy este anillo.
Bella
se quedó mirándolo fijamente. Al principio no lo reconoció, pero mientras lo
fue haciendo, una enorme O se fue dibujando en su boca. Si hubiera podido
llorar, lo habría hecho. Con sus ojos chispeantes me miró, incrédula, y tuve
que detenerla para que no se abalanzara sobre mí y me diera un beso. Eso ya
llegaría en su preciso momento.
-Por
favor, preséntenme el anillo para el novio.
Esta
vez fue Alice la que quiso entregárselo al Padre, y él lo depositó en las manos
de Bella.
-Bella,
repite conmigo las siguientes palabras. Edward, yo estoy aquí en santidad y
pureza para ser tu esposa y tomarte por mi marido según la ordenanza de Dios.
Yo te prometo que me guardaré pura para ti. Te amaré, te honraré y te obedeceré
en la enfermedad y la salud hasta que la muerte nos separe. Te doy este anillo
para sellar lo que te he prometido.
Bella
colocó un hermoso anillo en mi dedo, a juego con el suyo, Alice se había
encargado de todo.
-Por
cuanto este hombre y esta mujer así lo han acordado solemnemente ante Dios y
estos testigos, en nombre de Dios, yo los declaro legítimamente casados como esposo
y esposa. Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.
Nuestros
ojos se fundieron en un solo corazón. Ninguno latía ya, pero estaban más vivos
que nunca, y más pletóricos y llenos de amor puro y verdadero de lo que jamás
pudieran estar. Contemplar las infinitas posibilidades que se nos habían brindado
al ser inmortales, al amarnos como lo hacíamos, y al poder estar juntos; era
todo el aliciente que necesitábamos para poder disfrutar de ese amor por
siempre jamás.
-Señor
Todopoderoso, dales fuerzas de cuerpo, de mente y espíritu para cumplir con sus
tareas del uno con el otro, y con toda la comunidad. Bendícelos, Padre, que al
salir de aquí, encuentren el gozo, la paz y el bien.
El
Padre se nos quedó mirando, y desde su beneplácita posición detrás de sus gafas
de ver de cerca, enmarcadas con una ensayada sonrisa, amable y clara, nos dio
permiso para poder hacer uso entonces mismo de nuestro recién estrenado
matrimonio.
-Puedes
besar a la novia.
…
Desnudarme poco a
poco
encenderte si te toco, sí.
nos miramos al espejo
me haces daño
y no me quejo, no.
La humedad en tu mirada
tiernamente derramada, sí.
Tu lamento y mi lamento
vuelan juntos en el mismo momento
porque
lo que quiero ahora
es tu cuerpo ahora,
ser su dueño ahora
ser su esclavo ahora.
Y atarlo ahora
y adorarlo ahora
parar el tiempo ahora
y acariciarlo ahora.
Ah, ah, ah, ah!
Entregar el cuerpo abierto
por el vientre sentir tu aliento, sí.
Como inunda el mar la roca
ven y lame la miel de mi boca
porque
yo te quiero ahora
con la boca ahora
con la mano ahora
con la carne ahora
es urgente ahora
embriagarme ahora
perder el punto ahora
y derramarme ahora
Ah, ah, ah, ah!*
encenderte si te toco, sí.
nos miramos al espejo
me haces daño
y no me quejo, no.
La humedad en tu mirada
tiernamente derramada, sí.
Tu lamento y mi lamento
vuelan juntos en el mismo momento
porque
lo que quiero ahora
es tu cuerpo ahora,
ser su dueño ahora
ser su esclavo ahora.
Y atarlo ahora
y adorarlo ahora
parar el tiempo ahora
y acariciarlo ahora.
Ah, ah, ah, ah!
Entregar el cuerpo abierto
por el vientre sentir tu aliento, sí.
Como inunda el mar la roca
ven y lame la miel de mi boca
porque
yo te quiero ahora
con la boca ahora
con la mano ahora
con la carne ahora
es urgente ahora
embriagarme ahora
perder el punto ahora
y derramarme ahora
Ah, ah, ah, ah!*
El
resto, incluida esa noche de bodas, que se alargó lo indecible, es ya otra
historia…
* Ahora ahora, de Mónica Naranjo
Del álbum Minage
2 comentarios:
Aunque no la comentada mucho siempre me gusto tu historia muy bella un beso Luz
que me ha encantado ,mira que jugarle la broma que se queria cenar al padre de verdad que estuvo precioso,y gracias a ti por dedicar tu tiempo para que pudieramos disfrutar de esta historia tan bonita de verdad gracias y estare esperando una nueva historia para poder leerla besos
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