4/3/12

BUSCANDO UN SUEÑO:27º.- Soy un vampiro






Capítulo 27: SOY UN VAMPIRO



BELLA

Cruzando el pueblo los vi. El novio de Mia, Jacob, junto a sus dos amigos no nos quitaban el ojo de encima. Recordé cuando esta mañana se me acercó a advertirme del peligro que corría junto a Edward y su familia. Y lo que no me dijo es que él de alguna manera formaba parte de ese peligro, junto al profesor Uley. Había visto cosas muy raras, inexplicables. La rubia de esta mañana tenía los mismos “síntomas” de esa “extraña enfermedad tropical” que decía tener Edward y todos los miembros de su familia, incluido el doctor Cullen. ¿Qué estaba pasando aquí? Desde luego que quería unas respuestas, y el único que me las iba a dar no podía ser nadie más que Edward. Antes de que el coche saliera del pueblo, al cruzarnos con Jacob, le pregunté.

-Edward, ¿En qué te has convertido? ¿Qué sois? ¿Y qué son ellos? –señalé discretamente a Jacob y sus amigos.


El silencio, incómodo, fue su única respuesta mientras frenaba en un semáforo en rojo. Jacob y sus amigos seguían, como a unos cien metros, observándonos.

-Muy bien –le contesté, resuelta, cogí mi bolso y abrí la puerta del coche–. Si tú no me lo dices, estoy segura que ellos sí lo harán –fui a salir del coche ante la atónita mirada de Edward. Jacob y sus amigos habían empezado a andar hacia nosotros.
-Espera Bella –Edward se estiró hasta alcanzar mi mano e impedirme salir del coche totalmente. Me agarró con tanto énfasis que no pude evitar  quejarme, casi gritándole.
-¡Suelta! ¡Me estás haciendo daño! –me soltó de inmediato, no quería dañarme en absoluto. Pero alguien me cogió por la cintura, y casi elevándome por los aires, me apartó rudamente del coche, mientras una voz agresiva, altiva y llena de desprecio advertía bruscamente.
-¡Te ha dicho que la sueltes! –Al girar la cabeza hacia atrás vi a Jacob. Éste me cogió por la cintura, y apartándome detrás de él, se encaró a Edward, que ya había bajado del coche, y rápidamente lo rodeó hasta ponerse a nuestra altura. Las caras de asco de ambos me llamó enormemente la atención. Al igual que el contacto de las manos de Jacob en mi cuerpo. Era todo lo contrario que Edward. Jacob quemaba.
-¡No os metáis en esto, ella está conmigo! –Replicó Edward, mientras los otros dos lo rodeaban.
-¡Ya está bien de tonterías! Nosotros nos encargaremos de que llegue sana y salva a casa.
-¡Te he dicho –Edward se plantó delante de Jacob, hablándole en un tono que nunca antes le había oído, amenazante, intimidatorio–, que ella está conmigo! –Sus ojos por momentos se tornaron negros, vacíos salvo por odio, casi como los de la rubia de esta mañana cuando me miraba.
-¡Y yo te dije la otra noche –Jacob no se achantó delante de él, siempre escoltado por sus dos amigos–, que te alejaras de Mia y de sus amigas!
-Me alejaré cuando ella me lo pida –sus ojos se posaron en mí, volviendo a  aparecer el color dorado en ellos–. Cari,  vámonos de aquí. Te llevaré a casa, y por el camino hablamos.
-El coche es de mi novia, lo conduzco yo –Jacob no se daba por vencido. Empezó a cansarme esa fijación suya, como el profesor Uley, de no querer dejarme sola con Edward.
-¡Ya vale! –Les grité a ambos, soltándome de la molesta mano de Jacob, pues seguía manteniéndome aferrada detrás de él–. Mientras vosotros aclaráis vuestras diferencias, me voy a subir en el coche y me voy a ir yo sola a Seattle, tal como he venido esta mañana.

Primero uno, y después el otro, hicieron ademán de pararme, o de contradecirme; pero mi mirada a ambos les dejó bien clara mi determinación. La gente que pasaba por la calle, apenas tres o cuatro personas, se pararon a ver la discusión. Tanto Edward como Jacob se dieron cuenta de que estábamos dando un espectáculo en plena calle, y se relajaron, mas sin perderse de vista. Ninguno dijo nada, tan solo se oía a uno de los amigos de Jacob darle paso a un coche que estaba detrás nuestro, pues habíamos quedado en mitad de la calle obstruyendo la circulación. Los rodeé, dándole la vuelta al coche, y me subí en él. Acomodé el asiento y los espejos, y me marché dejándolos a los cuatro mirándome, atónitos.

A un kilómetro del pueblo, cerca ya del desvío para coger la autopista, a la orilla de la carretera me encontré a un autostopista haciéndome señas para que parara. Al acercarme vi que era Edward. ¿Cómo había llegado ahí tan rápido, si minutos antes estaba en el pueblo? Aparqué el coche a su lado, y sonriendo abrió la puerta del acompañante.

-¿Puedo acompañarte?
-¿Cómo has llegado hasta aquí? –le pregunté, extrañada.
-Corriendo.
-¿Corriendo?
-Sí. Si me dejas acompañarte, te lo explicaré.
-Está bien Edd, sube –le hice señas con la mano para que se sentara a mi lado. Una vez que había cerrado la puerta, volví a la carretera–. Y bien.
-Hace unas noches en tu cuarto te dije que yo ya no soy el que era –lo recordaba perfectamente.
-Sé que has cambiado en muchas cosas, el accidente en el mar cambió nuestras vidas.
-Aquel accidente cambió tu vida al estar tan ligada a la mía.
-Y la tuya también.
-No cari, la mía terminó junto con las de mis compañeros. No hubo superviviente alguno –sus palabras se me clavaron en el alma, recordándome aquellas que aquel fatídico día dijo su padre. Cerré los ojos rememorando aquellos momentos, y sin darme cuenta perdí el control del coche–. ¡Cuidado!

Sentí el chirrido de unos neumáticos debido a un frenazo, mientras el claxon de varios coches más sonaba estridentemente en mis oídos. Un vaivén violento en el coche, y un golpe brusco, como si me hubiesen tirado al asiento del coche. Éste paró en seco, y sentí la mano de Edward sobre mi pecho, evitando así que me diera con la cabeza en el salpicadero. Cuando abrí los ojos me vi inexplicablemente sentada en el asiento del acompañante, y Edward en el del conductor.

-¿Pero qué… qué ha pasado? –estaba perpleja, mirando a mí alrededor, parpadeando repetitivamente.
-¿Estás bien?
-Sí. ¿Qué ha pasado?
-Perdiste el control del coche.
-¡Eso ya lo sé! –le grité, estaba en tal estado de nervios que ni sabía ya cómo reaccionaba.
-Tranquilízate por favor.
-¿Cómo he llegado a este asiento?
-Eso es lo que trataba antes de decirte. Bella, yo ya no soy humano. Yo morí en aquel accidente.

Me quedé durante un buen rato mirándolo a los ojos. Él también se quedó mirándome. Y fue en esos largos minutos cuando me di cuenta de que tal vez llevaba razón. Esos ojos dorados que antaño fueron verdes, ahora me miraban sin parpadear, como si de un muñeco se tratara. Su nívea piel, que así parecía de porcelana, y que sabía perfectamente que al tocarla tendría también la misma temperatura de la porcelana. Parecía que hasta ni respiraba ya. Uno, dos, tres, hasta cuatro minutos pasaron con él así, completamente estático. Sin previo aviso parpadeó y empezó a inhalar aire, llenando sus pulmones.

-¿Aún no te has dado cuenta? Yo, y toda mi nueva familia, somos de una especie distinta a la humana.

En esos precisos momentos unos rayos de sol lograron colarse entre las nubes, y vinieron a dar en su mano izquierda, que permanecía apoyada sobre el volante. Todos esos rayos de sol rebotaron en su blanca piel, haciendo que ésta relumbrara como miles de diamantes. Igual que la piel de Alice esta mañana ante el mismo sol. Sin poderme contener acerqué una mano hasta tocar aquella superficie pétrea con mis dedos. Al aproximarme sentí cómo Edward acercaba su cabeza a mi cuello, y silenciosamente aspiraba mi olor personal. Sus pupilas se ensombrecieron levemente, pero enseguida desapareció esa oscuridad. Un irracional miedo me recorrió el cuerpo como si de un escalofrío se tratase. Aparté la mano de la suya, e inconscientemente me eché hacia atrás en el asiento. Él se dio cuenta de mi reacción, y lentamente se alejó, volviendo a su posición de antes. Sonrió tristemente, como si supiera que yo iba a reaccionar así.

-No debes tenerme miedo cari, jamás osaría hacerte daño alguno. Es cierto que he cambiado, pero sigo siendo yo, el hombre que una vez te amó. Y no te quepa duda alguna que lo sigo haciendo, cada día más.
-Edward, ¿Qué te pasó realmente aquel día?
-Carlisle y su esposa me encontraron a las puertas de la muerte, y por compasión, pues ellos jamás harían daño premeditadamente a nadie, me convirtieron.
-¿Te convirtieron? –Me lo pensé durante unos segundos antes de hacer la pregunta– ¿En qué?
-En un vampiro.



2 comentarios:

Lu Morales dijo...

Hoy voy a ser yo la que deje un comentario aquí.
Quiero agradecer todas vuestras visitas a mi blog para leer este fic. Sé que pasáis de comentar, pero os veo por aquí desde lugares tan dispares como Norteamérica, Rusia, México, desde toda la costa pacífica de latinoamérica, y por supuesto desde aquí, España y Europa.

Hay capítulos de Buscando un sueño con más de cien visitas y ningún comentario, así que sé que estáis ahí, y simplemente quiero agradecéroslo.

Y sobre todo quiero hacer mención especial para Aras. Tú sí que me alegras el día con tus palabras, GRACIAS!

Que tengáis un feliz domingo!!

aras dijo...

estupendo capitulo,de verdad ya era hora que le dijera la verdad haber como reacciona que emocion sigue adelante ya sabes que aqui estamos leyendote besos