20/11/11

BUSCANDO UN SUEÑO: 3º.- La sorpresa



Capítulo 3: “LA SORPRESA”


>>EDWARD

 
 Desde niño me ha gustado cocinar.  Cuando Maggy se ponía a cocinar tenía un ferviente admirador, siempre preguntándole los ingredientes, las mil maneras de cocinar, condimentar, preparar, aderezar todos los alimentos. Y cuando cocinaba mamá, que eran contadas veces, lo disfrutaba el doble. Entre las dos me enseñaron a cocinar unas pocas recetas. Hubo un tiempo en mi niñez que quise ser un gran chef y cocinar en uno de los grandes restaurantes de una de las avenidas de River North. Claro que también quise ser astronauta cuando descubrí el cielo nocturno y todas las estrellas y misterios que esconden, o paleontólogo cuando descubrí los dinosaurios, o músico cuando me obligaron a dar clases de piano; aunque para mí nunca fue una obligación, pues disfrutaba con ello.
   Mientras se cocinaba en el horno un estupendo pescado preparado por mí con una de las recetas que aprendí de mamá, me acerqué al coche a por las rosas y las velas. Lo preparé todo, lo primero que hice fue encender la chimenea, que aunque ya no hacía demasiado frío para ello, a los dos nos gustaba el ambiente que creaba el fuego, las sombras proyectadas en las paredes, el crepitar de la leña,… era algo mágico. Saqué de mi mochila las tres fotos enmarcadas y las coloqué en la repisa de la chimenea, no tardaría mucho en darse cuenta de esas fotos ahí, y eso me daría pie a darle la sorpresa. Metí en el reproductor de CD`s una pieza de música clásica, nuestra favorita, y me metí en el bolsillo el mando a distancia. En la mesita en frente de la chimenea puse unas velas, unas rosas y dos servicios para cenar.
La idea era cenar sentados entre los cojines que tiré al suelo, y debajo de uno de ellos escondí el sobre malva. Repartí el resto de las velas por el salón y la habitación, y a las rosas restantes les arranqué los pétalos y los esparcí por la cama.
  Metí el vino en la nevera, un Napa valley blanco, uno de nuestros preferidos. Preparé una ensalada con un montón de ingredientes, tal como le gustan a Bella, y de postre tenía el típico nata con nueces que me daba juego a pasar a la habitación a continuar la noche, la nata da mucho qué pensar a una pareja de enamorados.
   Una vez hecho el pescado, solo me quedaba ir en busca de Bella. Fui apagando las luces del interior, con el fuego de la chimenea y las velas quedaba en el salón un ambiente de lo más sugerente.  La encontré sentada en el embarcadero, jugando en el agua con los pies descalzos. Era la hora perfecta, el sol ya se estaba ocultando detrás de las montañas que teníamos a la izquierda, tintando de suaves colores anaranjados y rosados las pocas nubes que se desdibujaban por el horizonte al norte, creando un paisaje impresionante con el azul del cielo y de las calmadas aguas del lago. El crujido de las tablas del embarcadero debajo de mis pies me delató, sacándola de su ensimismamiento. Apenas giró la cabeza para darme la bienvenida, pues toda su atención la captaba el crepúsculo. Me senté detrás de ella y la acuné en mis brazos, rodeando su cuerpo con ellos, y sus caderas con mis piernas. No quería estropearle el momento, solo participar en el, y ella así lo asimiló, recostándose entre mis brazos y agarrando mis manos con las suyas. Con el paso de los minutos los cálidos colores del cielo se fueron difuminando, y poco a poco empezó la oscuridad a ganarle terreno al azul. Había refrescado, y Bella lo acusó con un leve escalofrío, así que la apreté entre mis brazos aún más, y le susurre al oído:

- Tienes frío, ¿por qué no vamos a la cabaña? La cena se va a enfriar, como tú si sigues aquí con los pies en el agua.
- Estoy bien, el agua está muy calentita a estas horas de la tarde.
-Ya, pero estás temblando, anda, vamos a la cabaña, allí estaremos más cómodos.

   Asintió con la cabeza, y no me pude resistir a darle un beso en el cuello, debajo de la oreja, otro escalofrío recorrió su cuerpo, pero éste no era por el frío. Le dejé espacio al tiempo que le daba sus zapatillas, la ayudé a incorporarse, y cogidos de la mano volvimos a la cabaña. Al subir al porche me metí la mano en el bolsillo donde llevaba el mando del CD, y le di al play, y al momento empezó a sonar “Claro de luna” de Debussy. La sorpresa vino a sus ojos, y en agradecimiento soltó mi mano para abrazarme. Y así entramos al salón, iluminado solo por las velas y el fuego de la chimenea al fondo, y sin apenas luz del exterior ya. Era el ambiente propicio para cenar los dos, así que la conduje a su sitio, e invitándola a que se dejara caer en los cojines, empecé a servir la cena.

- ¡Mmmm! Huele de maravilla Edd, ¿has hecho el pescado al horno de tu madre?
- Así es, pero antes tenemos la “Ensalada Bella”, con mi ingrediente secreto.
- ¿Le has echado el queso ese francés que te gusta?
- Sí, lleva Camembert, pero éste no es francés, éste es el Camembert de Madame Clément,  hecho en Québec.
- O sea, queso francés hecho en Canadá.
- Pruébalo, está riquísimo, y si lo acompañamos con un poco de vino, ya ni te cuento.

   Me levanté de mi sitio y fui a la nevera a por el vino, mientras lo destapaba miraba a Bella y a las fotos enmarcadas encima de la chimenea, no se había dado cuenta de ellas aún, tendría que mostrárselas de alguna manera, a estas alturas debería haberlas visto ya, ¡si las tiene enfrente de las narices! Volví a la mesa con el vino, y arrodillándome le llené la copa, llené la mía, y aun de rodillas le propuse un brindis, así la forzaría a levantar la cabeza para mirarme a la cara, y tener más posibilidades de ver las fotos. El plan surtió efecto, a medida que levantaba su copa para chocarla con la mía, su mirada se desvió hacia las fotos. Primero vi en sus preciosos ojos marrones un atisbo de extrañeza, después algo de sorpresa, y por último ¡la alegría que yo esperaba!... pues no, su cara se desencajó en una mueca de horror, dejó la copa en la mesa al punto de tirarla y se levantó de un salto para ir directamente a las fotos. Cogió la que estábamos los dos y casi gritando me dijo:

- ¡Así que tenías tú la última copia de esta foto! ¿Y no se te ha ocurrido otra cosa mejor que enmarcarla?
- Cari, si es una de nuestras primeras fotos juntos, ¡a ti te encanta esa foto! Si me pediste la original y todas las copias que hice…
- ¡Para destruirlas! ¿No has visto lo horrorosa que salgo? ¡Por Dios! Parezco una vaca, y con los ojos cerrados, si tengo cara de subnormal con esa mueca.
- Pues yo te veo muy natural en la foto, a mí me gust…
- ¿Qué?
- ¡Nada nada! Si no te gusta quítala y ya pondremos otra. Creí que te gustaría tener una foto nuestra junto a la de nuestros padres aquí.
- Pero ésta no.

   Me había levantado, y estaba de pie a su lado, la atraje hacia mí para poder abrazarla. Ella reclamó algo de espacio mientras sacaba del portafotos la foto de la disputa y sin pensárselo la hizo una bola y la tiró al fuego de la chimenea. Dejó el portafotos vacío en su sitio y entonces se fijó en las otras dos fotos. En una de ellas estaban mis padres, en la otra los suyos, pero por separado. Sus padres estaban divorciados desde que ella era un bebé. Bella vivía con su madre y su segundo marido, y al menos una vez al año le hacía una visita a su padre. Quería a ambos por igual y nunca quiso perder el contacto con ninguno. Cogió la de sus padres, era un montaje que yo mismo había hecho, en un lado su madre con su actual esposo, Phil; y en el otro lado Charlie, su padre. Ambas fotos se veían claramente separadas, pero de alguna forma quedaban bien así.

- ¿Qué significan estas fotos aquí?
- Quería tener presentes a nuestras familias aquí, y a nosotros también.
- Pero a los dueños de la cabaña no les hará gracia estas fotos.
- A los nuevos dueños sí.
- ¿Cómo?
- Ven cari.

   Le arrebaté de las manos la foto y la dejé en su sitio, la cogí por los brazos y la senté en los cojines del suelo. Me senté a su lado y de debajo de uno saqué el sobre malva y lo deposité entre sus manos.

- Ábrelo Bella.
- ¿Qué es?
- Ábrelo y te lo explicaré. Es el regalo que quiero hacerte antes de irme con los marines, para que sepas todo lo que eres para mí, para que entiendas lo que te amo, y si me voy, que sepas que pienso volver.

   Sus delicadas manos abrieron el sobre y sacaron los papeles que esa misma mañana había recogido del despacho de mi padre, era el contrato de compra/venta de la cabaña, junto con la escritura de ésta y la parcela con la playa. Cuando comprendió lo que era, sus manos le temblaron levemente a la vez que negaba con la cabeza.

- Pero Edward, yo no puedo aceptar esto.
- Sí que puedes. Esto no es nada comparado con lo que me gustaría darte. He vendido el lamborghini y he gastado todos mis ahorros en comprarla, incluso le he pedido un pequeño préstamo a mi padre. Pero no me importa Bella, porque quiero que éste sea nuestro rinconcito, nuestro primer hogar, y quiero que así sea también para ti. Mira las escrituras, están puestas a nombre de los dos, solo nos falta pasarnos por el despacho de mi padre para firmarlas, hacer efectivo el cheque, y esta cabaña será nuestra para siempre, porque es el símbolo de nuestro amor.
- Edward yo,… no puedo aceptarlo, no es justo, sabes que yo no puedo aportar ni un centavo para pagarla.
- Nadie te lo ha pedido Bella, solo es un regalo que ambos nos merecemos, a fin de cuentas los dos la vamos a disfrutar juntos, ¿no?
- Sí, pero…
- Pero nada, ya está hecha la venta, solo faltan nuestras firmas ante el notario, que las haremos la semana que viene. Si tu no quieres firmar lo haré yo solo, pero que sepas que me decepcionarías mucho.
- Está bien, si me lo pides así, pero te ayudaré a pagarla como pueda.
- Solo hay una manera de la que me interesa que me pagues.

   No iba a dejar pasar la oportunidad de haberla medio convencido, pues era lo más difícil de todo, convencerla para que aceptara el regalo. Así que logrado el objetivo más crítico pasé de la cena, donde ella podría haber especulado cómo podría ayudarme a pagar la cabaña; y pasé a la fase B de la noche, le quité los papeles de las manos dejándolos en el suelo y me abalancé sobre ella, quedando tumbada entre los cojines, y yo encima de ella. La besé con toda la pasión que mi cuerpo podía albergar, mis manos se enredaron en sus caderas, acariciándolas, atrayendo su cuerpo al mío. Ella no se quedó atrás y metió las suyas debajo de mi camiseta, acariciando mi pecho, sabía que eso me ponía a mil. Me empujó para apartarme de su lado con el fin de quitarme la camiseta, la ayudé y ésta salió volando Dios sabe dónde. Se recreó la vista con mi cuerpo, sabía por esas miradas que le gustaba bastante, no es que tuviera un cuerpo de escándalo, pero tenía los pectorales, los hombros y los bíceps bien contorneados, lo suficiente para su gusto. Esta vez fue ella la que buscó mi boca y la besó como si  de ello dependiera su vida, se agarró a mi cuello y apenas si me dejaba respirar. La cogí del trasero y me incorporé con ella a cuestas, lejos de separarse de mí me rodeó con sus piernas. Me separé de su boca lo suficiente para coger aire y sin apartar la mirada de sus ojos, me dirigí a la habitación. Con el lecho lleno de pétalos de rosas dimos rienda suelta a todo nuestro amor y deseo, y después nos quedamos dormidos, exhaustos, enamorados, y abrazados, ella sobre mi pecho, rodeada por mis brazos.

2 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

Ay que romántico nena. Te deseo una buena semana y te me cuidas

Iris Martinaya dijo...

Arrrrrrrrr,, me ha vuelto a pasar!!! Me ha borrado el comentario.

Bueno, te decía que Edward es una joya de hombre, que hasta cocina, y encima lo hace bien, jeje. También que me ha gustado mucho el final de capítulo, que ha sido de esos que te dejan suspirando, soñando...

Y que espero que pronto se arregle lo tuyo, que aunque tengo mil cosas que hacer, te hecho de menos por las tardes.

Un beso