13/11/11

BUSCANDO UN SUEÑO: 1º: Mi alistamiento



PRIMERA PARTE


Capítulo 1º: “MI ALISTAMIENTO”


>>EDWARD


- ¡No pienso discutir esto más contigo Edward! –Y era evidente que no mentía, lo veía tan claro en su mirada como si me lo estuviera gritando. Los años que llevaba como abogado habían hecho de mi padre, Edward Anthony Masen Sr. un hombre duro, firme, y ante todo orgulloso. De hecho era uno de los mejores abogados de Chicago.

- ¡Pero papá…!
- ¡He dicho que no! ¿Qué quieres, que tu padre sea el hazmerreír de todo el bufete? ¿Quieres que el día de mañana esto pase a manos del hijo del gilipollas de Henry? ¡Por Dios Edward!
- Es mi vida papá, y quiero elegir yo solo mi camino,…
- ¡No digas sandeces! ¡Mi hijo no va a ser carne de cañón  en ningún país árabe! –Terminó gritándome, y dándose cuenta de ello, se calmó respirando profundamente un par de veces. –Ya que te has comprometido con el ejército, vas a cumplir ese año con ellos; pero después vas a retomar la carrera, a ver si en ese año se te quitan las ganas de hacer tonterías. Y no te hagas ilusiones de irte por ahí destinado a alguna zona de riesgo, ya me encargaré yo de que no te hagan salir del país.
- Es lo que quiero hacer, ya soy mayor de edad. He hecho los tres primeros años de derecho como tú me pediste, y ahora voy a hacer un paréntesis en mi vida, y voy a hacer lo que me pide el cuerpo. No puedes obligarme a hacer lo que tú quieras.

 - ¡Tonterías! –Se levantó del sillón y con pasos firmes rodeó el escritorio acercándose, blandiendo a modo de arma los papeles enrollados que yo había ido a recoger. Se sentó en la esquina del escritorio más cercana a mí, mientras se inclinaba y me señalaba con los papeles Su actitud era más que intimidatoria. –Además, ¿Has pensado en tu madre? ¿Y en Bella?
- Bella me apoya.
- ¿Seguro?
- Se lo he explicado, y me entiende.
- Pero no lo aprueba.
- … no. –Tuve que reconocerlo. Ella realmente no me entendía. Respetaba mi decisión, pero no entendía por qué la había tomado.
- ¿Ves? Esa chica sabe lo que te conviene. Y tu madre tampoco lo aprueba. Hazme caso hijo, es por tu propio bien. –Al mencionarlas a ellas su carácter se suavizó. Era obvio que el mero hecho de pensar en mamá le cambiaba el carácter, se amaban mucho a pesar de la diferencia  de edad. La historia de mis padres era un tanto atípica:

(( Mi padre tenía 31 años cuando conoció a mi madre, Elizabeth, era la hija de uno de los fiscales con los que casi a diario se enfrentaba mi padre, ella tenía 16 años. Fue ella quien se enamoró primero de él. Poco a poco y con sumo cuidado para que su padre no la descubriera fue enamorando a mi padre. El mismo día que mi madre cumplió los 18 huyeron juntos, y al llegar a Chicago, en donde mi padre tenía unas propiedades, se casaron. Se instalaron en una sencilla mansión  a las afueras, donde ambos querían formar una numerosa familia. Mi madre no tardó en quedarse embarazada, pero a los pocos meses perdió el bebé. Aquello los destrozó, y decidieron posponer lo de aumentar la familia unos años. Mientras, él se dedicó a construir el bufete de abogados más fuerte de Chicago, y ella siguió con sus estudios, cursó la carrera de psicología. Al terminarla intentaron de nuevo tener descendencia, esta vez sí tuvieron éxito por partida doble, nací de un parto de mellizos. Los primeros días de mi vida tuve una hermana mayor, ella nació la primera, y unos 45 minutos después nací yo. Si bien yo fui un recién nacido perfecto, lamentablemente ella vino con ciertos problemas, y a los pocos días murió. Mi madre siempre me ha dicho que si no se volvió loca aquellos días fue por mí, porque tenía que luchar por mí. Y porque yo, a mi manera, luché por ella. Según ella al morir mi hermana algo en mí hizo que nos uniéramos, como si estuvieran conectadas nuestras mentes por un hilo invisible. Si ella estaba triste un día, yo podía mirarla, y hacerla sonreír, o si estaba nerviosa la calmaba; incluso me contaba sus problemas, y siempre según ella, podía entenderla, y con una simple mirada le podía trasmitir mi apoyo, o una solución. Conforme fui creciendo esa conexión se fue debilitando, llegando al punto donde estamos ahora. Imagino que por la pérdida de dos hijos mi madre sufrió mucho, y nunca ha llegado a superarlo al 100%, y volcó todo su ser, su amor de madre en mí, el único hijo que tiene. Sí, soy hijo único, pero solo porque el destino así lo quiso. Crecí con una sobreprotección inusual, pero también me dieron todos los caprichos que quise; y todo dentro de una educación un tanto obsoleta, con la mano firme y protectora de mi padre, y la cariñosa y permisiva de mi madre. ))

 Y, por supuesto, pensaba bien de Bella, su futura nuera. A su juicio había hecho una buena elección enamorándome de ella. Yo sabía que en su fuero interno le habría gustado que fuera de una clase social más elevada, pero Bella era una buena chica, y con eso se conformaba. Había relajado la postura y ya no agarraba con tensión los papeles.
- ¡No lo creo papá!  –Ahí estaba la oportunidad que estaba esperando, así mataría dos pájaros de un tiro. No me lo pensé, solté un bufido al levantarme bruscamente de la silla, le arrebaté de un tirón los papeles –¡Es por el bien de tu maldito bufete de abogados!

  Salí del despacho dando un portazo. No era justo y él jamás retrocedía en un enfrentamiento. Había tomado una decisión y no me iba a echar atrás. Ya había cumplido cursando los tres primeros años de derecho, más adelante terminaría la carrera en Harvard, si ese era su capricho. Lo que yo quería en ese momento era pertenecer al Cuerpo de Marines de Los Estados Unidos, un poco de aventura, emoción, hacer algo de provecho  por mi país, y ante todo que mi novia se sintiera orgullosa de mí.
  Crucé el bufete sin despedirme de nadie en dirección al ascensor. Conociendo a mi padre, tanto como si pudiera leerle la mente, sabía que saldría detrás de mí para arrancarme la promesa de olvidarme del ejército cuanto antes mejor; y desde luego no quería prometer algo que sé perfectamente que no iba a cumplir.

  Me monté en el coche y puse rumbo a la floristería donde tenía encargadas unas rosas, las favoritas de mi chica, y un paquetito de velas aromáticas. Las acomodé en el maletero del coche, de forma que ella no las pudiera ver y que no se estropearan. Atravesé todo Chicago en un suspiro en dirección a casa, era viernes y tenía un estupendo fin de semana planeado por delante para pasarlo con mi chica. Era el último finde que pasaríamos juntos antes de enrolarme, antes de irme lejos por unas semanas a recibir la pertinente instrucción. Sabía que serían unas semanas muy largas y duras, y desde luego quería llevarme de ella el mejor de los recuerdos, y que ella se quedara con el mejor de los míos.
  Afortunadamente mamá no estaba en casa, ella ejercía la psicología de forma voluntaria en una ONG donde tres veces por semana pasaba consulta a indigentes, desahuciados, toxicómanos, y demás gente necesitada. No tenía ganas de enfrentarme a ella también porque, por supuesto, tampoco aprobaba mi alistamiento. No me lo había dicho abiertamente, pero era algo que podía intuir, me resultaba tan fácil adivinar los pensamientos de la gente que me rodeaba, que a veces parecía que los podía leer claramente; con todo el mundo menos con Bella, mi chica, ella era un mundo aparte, totalmente impredecible. En cambio mamá era un libro abierto, y aún no había hablado con ella de mi alistamiento. Desde que se enteró por boca de mi padre estaba rara conmigo, la había decepcionado. Pero no encontraba el suficiente valor para poder mirarla a la cara y decírselo, sabiendo todo el dolor que eso le causaría. De todas formas el lunes cuando regresara la cogería tranquilamente y se lo contaría tal y como hice con Bella. Mamá se merecía una explicación coherente, y ella dejaría que me explicase, no como papá.

- Hola Maggy. –Entré a la cocina donde el ama de llaves se afanaba sobre unas sartenes en el fogón.
Buenos días señorito Edward. –Apartando momentáneamente la vista de las sartenes, me saludó.
- ¿Me has podido comprar en el súper lo que te encargué ayer?
- Sí señorito. En la nevera están el pescado, la carne y las hortalizas, y en la despensa el resto.
- Gracias Maggy. No sé qué haríamos en esta casa sin ti. ¿Cuánto le falta al almuerzo?
- En veinte minutos lo tendrá servido.
- Perfecto, mientras voy a prepararme la mochila. Y por favor sírvelo aquí mismo en la cocina, sabes que odio comer solo allá fuera.
- Como desee el señorito.

  Dejé a Maggy en la cocina y subí a mi habitación, no tenía mucho tiempo así que metí en mi mochila ropa para tres días, unos tenis, un bañador, unos CD`s de música, mi cámara de fotos, y las tres fotografías que la semana pasada hice enmarcar. Me quedé mirando la última, iba a quedar perfecta encima de la chimenea, cuando Bella la viera sé que se iba a emocionar, era una de nuestras primeras fotos juntos. Me cambié de ropa, no me iba a ir con traje y corbata a donde íbamos, y con las temperaturas que estaban subiendo ya, lo que apetecía era ir más bien con algo informal y fresco. Preparé mi portátil y en el maletín metí también un sobre de color malva adornado con unas flores en una de sus esquinas. En ese sobre iban los papeles que había ido a recoger al despachó de papá. Esos papeles era el regalo que le iba a hacer esta noche a Bella, cuando llegáramos a nuestro destino.
  Llegué mientras Maggy servía los platos. Comía con ella en la cocina los días que se ausentaban mis padres, y la verdad es que los dos agradecíamos la compañía. Maggy llevaba al servicio de mis padres desde antes de nacer yo. Para mí era como un miembro más de la familia. Ella también sabía lo de mi alistamiento, y aunque jamás se atrevería a decirme nada, no le gustaba. Uno de sus hermanos había muerto en Irak en La Primera Guerra del Golfo, y eso había destrozado a su familia. Notaba cierta tensión en su cara, como si quisiera decirme algo, así que le cogí suavemente el brazo y dándole un apretón cariñoso la tranquilicé.

- No tienes por qué preocuparte Maggy, sabes que sé cuidarme muy bien, y además mi padre va a pedir algunos favores a sus amistades para que no me manden fuera. Estate tranquila, pienso volver de una pieza.

Se le escaparon unas fugaces lágrimas que antes de que corrieran por sus mejillas ya había limpiado mientras asentía con la cabeza. Noté que no estaba muy convencida con mi explicación, pero no me dijo nada, ni necesitaba más explicaciones mías. Con el último bocado en la boca salí de la cocina con las bolsas de la comida. Cogí la mochila y el maletín del portátil. Desde luego iba a ser un fin de semana muy especial. Bella ya me estaría esperando,  al salir del ascensor salí disparado, y en ese momento alguien me agarró del brazo parándome en seco. Al girarme para ver quién me retenía no pude evitar sobresaltarme, creía que hasta la noche no llegaría a casa.

- ¡Edward! ¿Dónde vas tan corriendo?
- ¡Hola mamá! Llevo algo de prisa, Bella me está esperando, te dije ayer que nos íbamos el fin de semana fuera.
- ¡Ah! Sí, es verdad hijo, pero ¿no puedes esperar un momento? Tenemos que hablar.
- Ahora no mamá, el lunes cuando vuelva te prometo que hablamos, ¿vale? ¡Te quiero mamá!
- ¡… llámame cuando llegues!  

  Y dándole un sonoro beso en la mejilla pude soltarme de su mano y salir más volando que corriendo hacia mi coche.

2 comentarios:

Arantxa dijo...

A pesar de haberlo leído ya tres veces con esta, lo he disfrutado como si se tratara de la primera vez, me encanta esta historia, felicidades por escribir como lo haces, logras con tan solo unas cuantas letras transportarnos a otros mundos.


Bonnie

Iris Martinaya dijo...

Hola!

Yo soy de la opinión de la mayoría en esta historia, ¿porqué leches Edward se ha alistado? Ya lo sé, ya lo sé, porque sino nos quedamos sin historia. Aparte de esto, de veras que no entiendo que él quiera separarse de su amor de manera voluntaria, pero...

A ver ese fin de semana!! Que nos depara!!!

Un beso